Revista Nº 144 (07/2021)
(cultura/literatura)
Valentin Golzman*
“…como es conocido, toda obra de arte está enmarcada por el contexto socio político económico del momento en que fue producida y por la pertenencia del artista a una determinada clase social. El Martín Fierro de José Hernández ratifica el aserto.”
En la introducción a su libro “Para Las seis cuerdas”[1] Jorge Luis Borges destaca “el propósito político del Martín Fierro”. Cabe interrogar: ¿Cómo se expresa ese “sentido político”? La respuesta emerge al comparar las dos partes del libro: la primera, El gaucho Martín Fierro con la segunda, La vuelta de Martín Fierro.
Cuando José Hernández –escritor, periodista, político y también militar- escribió la primera parte del libro era un exiliado político. Debió huir a Brasil, luego de la derrota militar que sufrió el ejército de López Jordán -del cual formaba parte- frente a las tropas del presidente Domingo Faustino Sarmiento.
Amnistiado, Hernández regresa desde el exilio pobre, sin ningún bien y con la prohibición de escribir en los periódicos. Se encierra durante un año en el hotel Argentino, de Buenos aires y allí escribe la primera parte del Martín Fierro, en la que critica al gobierno de Sarmiento a través de relatar, en la figura del gaucho desprotegido, la miseria, los sufrimientos y las arbitrariedades que enmarcaban la vida de los gauchos.
En una de las primeras estrofas del libro Fierro comenta: “Tuve en mi pago en un tiempo hijos, hacienda y mujer, me echaron a la frontera ¡y que iba hallar al volver! tan solo hallé la tapera”.
Cuando protesta porque luego de un año no recibió ningún pago, su suerte se agrava: “Entre cuatro bayonetas me tendieron en el suelo, vino el mayor medio en pedo y allí se puso a gritar “Pícaro, te he de enseñar a andar reclamando sueldos”.
Avanzado el relato expresa Fierro: “Vamos dentrando recién en la parte más sentida aunque es todita mi vida de males una cadena […] y aunque siempre estuve abajo y no se lo que es subir, también el mucho sufrir suele cansarnos, ¡barajo!”.
La segunda parte del libro, editada en 1879, encuentra a Hernández compartiendo la politica del presidente Avellaneda, es elegido diputado y posee una pequeña propiedad agraria. Por esos años ya estaba finalizando la distribución de las tierras del Sud, que Julio Argentino Roca había “limpiado” de indígenas.
Formando parte de la campaña que se realizaba para transformar al gaucho en peón de estancia, Hernández escribió en el periódico El Río de la Plata que “Mientras que la ganadería constituya la fuente principal de nuestra riqueza pública, el hijo de los campos, designado por la sociedad con el nombre de gaucho, será un elemento, una parte indispensable para la parte rural…”. Las estrofas de La vuelta de Martín Fierro, apuntaban en esa dirección: había que fijar al gaucho en el espacio de la estancia, acostumbrarlo a trabajar disciplinadamente, a obedecer y no dejarlo caer en la tentación de alfabetizarse. En esa dirección apuntaban las estrofas:
“…consérvate en el rincón en que empezó tu existencia. Vaca que cambia querencia se atrasa en la parición”. Y a no perder tiempo instruyéndose, ya que “…es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”. Agrega Hernández en boca de Fierro que “Debe trabajar el hombre para ganarse su pan, pues la miseria en su afán de perseguir de mil modos, llama a la puerta de todos y entra en la del haragán”. Y una última premisa:[2] “El que obedeciendo vive nunca tiene suerte blanda [….] obedezca el que obedece y será bueno el que manda”.
Este breve texto se permite invitar a leer el Martin Fierro en forma crítica. La obra habilita conocer aspectos de la historia a través de la literatura. Además, como es conocido, toda obra de arte está enmarcada por el contexto socio político económico del momento en que fue producida y por la pertenencia del artista a una determinada clase social. El Martín Fierro de José Hernández ratifica el aserto.
*Valentin Golzman, economista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11
[1] Borges, Jorge Luis, Para las seis cuerdas, (1996) Buenos Aires, EMECÉ