Sergio Gerszenzon*
Las recientes noticias sobre la “renovación” de la guerra armamentista dan lugar a reflexiones que, a su vez, intentan actualización.
Leemos en distintas publicaciones que, en medio de las grandes dificultades que presenta la situación en el Medio Oriente, se está produciendo una vuelta a la carrera armamentista con presencia de viejos actores; la sensación es de dejá vue
En efecto, no sólo Estados Unidos prosigue con su metodología sino que se suma, con el mismo designio, un protagonista calificado como Rusia, a los que se agregarían otros.
El negocio de las armas no por histórico debe ser analizado con las mismas constantes.
Es posible pensar en una inversión de las causales; aquello que en algún momento podría haber tenido una cierta “autonomía” –léase, negocio en sí- quizá, hoy, tendría implicancia un tanto distinta, que de ningún modo cuestione las grandes líneas de fundamentación histórica.
Los últimos tiempos habilitaron la concepción de que en la lucha por la hegemonía los Estados Unidos lograban una exclusividad, que no por envidiable dejó de ser envidiada. Tal es así que por muchos años “sólo” se escuchaba su permanente provisión a Israel de armamentos; por lo que, justificada mas no rigurosamente, se lo tildaba, a éste último, como “gendarme yanqui” en el Medio Oriente.
Y ello debido, quizá, a que en paralelo el mundo socialista, luego de haber apoyado las decisiones de la ONU de partición de Palestina y haber suministrado a Israel su porción significativa de armamento con motivo de la guerra de 1948, declarada conjuntamente por varios países árabes: Egipto, Siria y Jordania; luego, digo, hizo un giro importante y se volcó al sostén de la lucha por la liberación del mundo semi-colonial. No obstante que, paradojas de la geopolítica, en Egipto, por ejemplo, simultáneamente, dio lugar a una persecución cruenta del partido comunista egipcio, con la secuela de varios miles de sus militantes muertos.
Está con suficiencia comprobado que, entonces, se produjo el reparto de hegemonías en el Medio Oriente, con sus avatares consiguientes. Que incluyen el ineludido vuelco de todos los gobiernos israelíes hasta la fecha, más allá de diferencias observables en cuyo seno quizá sea lo más destacable el acuerdo de Oslo entre Israel y la OLP, hacia la “protección” de los gobiernos estadounidenses. Con la trascendencia, irrevertida hasta el presente, de una constante política de “permiso y sustento” de la ocupación de territorios asignados a un futuro estado palestino por parte de sectores de la población israelí, adictos a la fórmula de “una sola, grande y única Israel desde el Mediterráneo hasta el Jordán”.
Sucesivos gobiernos social-demócratas oscilaron, con demasiada timidez, entre una promoción de avances y retrocesos en una política de paz hacia la consecución de acuerdos posibles pero necesarios; y la persistencia en métodos de represión al pueblo palestino, incluidos los sectores árabe-israelíes. Debe poder entenderse el cuadro también como la tensión entre sectores al principio minoritarios de la intelectualidad y franjas de las capas medias de la sociedad israelí; el “progresismo”; y las grandes masas populares, estimuladas desde el nacionalismo derechista, desde las primeras manifestaciones de una lucha liberadora hasta las primeras apariciones del terrorismo palestino. Hitos principales pero no únicos, fueron la aprobación por parte de la Suprema Corte de Justicia israelí de “ciertos y limitados métodos de investigación” de células terroristas, primero netamente palestinas, luego inficcionadas por el creciente extremismo llamado islámico. Y a renglón seguido, el “sorprendente” magnicidio, en la persona de Itzjak Rabin –sorprendente por la increíble inacción de los servicios de seguridad, hasta entonces “invencibles”, y la negativa del propio primer ministro israelí a vestir un chaleco antibalas “porque Israel no está en África”; la bala asesina entró directamente a su corazón- y, muy pronto, por la decisión del candidato social-demócrasta. Simón Peres en las siguientes elecciones generales a no hacer uso del asesinato de Rabin como caballito de batalla. El candidato derechista logró el triunfo en dichas elecciones por el 1% de los votos …
Todo ello, “y por si esto fuera poco” –como se diría en Buenos Aires-se produce un general desaliento en aquellas minoritarias porciones del progresismo israelí, que creen –con cierta base sociológica- que no les tocará, ni ahora ni nunca, la creciente inclusión de amplios sectores populares en la franja por debajo de la llamada línea de pobreza; aunque no deja de afectarlas, cómo si no, la decadencia en los servicios de bienestar social, el desmantelamiento en proporciones gigantescas del sistema de salud, el desamparo que inunda el régimen de educación popular, la deriva en el sostenimiento de la academia y de la promoción profesional. Los efectos, en fin, de la globalización capitalista.
Con lo que la popularizada expresión de “genocidio israelí del pueblo palestino” está lejos de todo rigor; no así, al menos desde la estricta perspectiva jurídica, la de terrorismo de Estado.
Tal caracterización está con creces justificada con la experiencia de la segunda guerra del Líbano. Ante el secuestro de dos soldados por la Jizbalá, el gobierno israelí, sin la menor consulta –ni a la Kneset, cámara de representantes del pueblo, ni al gabinete, ni a gobiernos tanto “amigos como hostiles”, ni a ninguna instancia internacional- decreta el inicio de hostilidades cuidándose, eso sí, de no hacer declaración formal. La precipitación de los sucesos permite no abundar en la crónica; pero resulta por demás evidente el deseo de satisfacer apetitos mezquinos por encima de normas mínimas. Poblaciones civiles libanesas sufrieron bombardeos aéreos con la secuela de muertos y destrucción en que no ha sido aclarado el uso o no de proyectiles “no convencionales”; y, al mismo tiempo, una amplia franja de la población civil israelí fue afectada del mismo modo, muertes y destrucción; con el agregado de que hasta el presente nada de todo ello tenga visos de algún comienzo de reparación. Un siguiente paso, la constitución de una comisión investigadora, que se expidió formal y no definitivamente asignando responsabilidades a cuál más graves, no ha podido conmover hasta la fecha al gobierno actual. Y ello en franca connivencia con los sectores políticos que aúnan el temor plausible del acceso al gobierno de algún extremo derechista, con la casi manifiesta ansia de “no mover nada”.
En este clima en que la situación en el Medio Oriente, encuentra un mínimo aunque suficiente botón de muestra en la pequeñísima porción geográfica que una vez se llamó Palestina, antes de 1948 y que, hoy, es uno de los polvorines activos; se da esta renovada ola de guerra armamentista; en la que Estados Unidos decide una “inversión” de 30.000 millones de dólares en su socio minoritario … para rearme sofisticado (¿y convencional?)
Más de lo mismo y peor.
Así, la creciente expansión del fenómeno generalizado de la corrupción no debe ser considerada como “una afección que debilita la imagen del estado de Israel ante sus propios ciudadanos, ante la opinión judía en el mundo y ante la opinión pública general” no porque “ya esté sometida a una propaganda hostil a Israel” sino porque, también, está sometida a una distorsión en la apreciación de los factores intervinientes. Sino como una real, legítima y genuina sintomatología de la descomposición social en Israel, que todavía y subrayo lo de todavía, no encuentra la respuesta necesaria en el seno de esa misma sociedad.
* Sergio Gerszenzon; psicoanalista y escritor argentino, residente en Israel desde 1990.