Dossier: La Cumbre de Mar del Plata (artículo 1 de 3)
Gerardo Codina*
Lo que amalgama el bloque contrario al ALCA y partidario de la integración latinoamericana es la matriz nacionalista de las búsquedas compartidas, la certeza de que en la unidad se adquiere volumen para lidiar con las fuerzas de la globalización, la comprobación de que es necesario recuperar el Estado como articulador de nuestras sociedades y la conciencia de los problemas semejantes, como similares fueron las historias, que tienen nuestros pueblos por delante.
En el acto de cierre de la Cumbre de los Pueblos en el Estadio Mundialista de Mar del Plata, Chávez citó la idea de Chomsky : “dos superpotencias se enfrentan en el mundo” y confesó su desconcierto inicial ante la misma. Es que en este momento de la humanidad, explicó, pareciera evidente la soledad norteamericana en la cumbre del poderío mundial. Pero Chomsky nos recuerda que todo poder tiene sus límites. En Mar del Plata la voluntad hegemonista del capitalismo yanqui, con su corte de amanuenses y lenguaraces reclutados entre las élites de poder de la mayoría de las naciones americanas, encontró uno.
Varios factores contribuyeron a trazar esa frontera. Dentro de la Cumbre de las Américas, la firmeza de nuestro Presidente y la solidez del Mercosur para sostener una visión compartida de los escenarios planteados, sumados al compromiso venezolano. En síntesis: la defensa de los intereses nacionales y de una integración que tenga en cuenta las asimetrías entre nuestras naciones, para promover el desarrollo armónico de la región. Fuera de ella: la movilización popular, la Cumbre de los Pueblos, contra la propuesta de hacer de América un área de libre comercio, que quieren imponernos desde el Norte, en su beneficio.
Pero ha sido el derrumbe del Consenso de Washington, antes que todo esto, lo que hizo posible que en un encuentro de Presidentes de todas las naciones americanas –excepto Cuba– se discuta y disciernan cuáles son los intereses que están en juego cuando se propone uno u otro camino de integración.
Quince años atrás, sin discutir acerca del ALCA, tenían nuestros países una agenda compartida que se exponía como el camino virtuoso para superar las rémoras del atraso y la pobreza y enfrentar la crisis de la deuda externa. Privatizaciones, liberalización de los flujos financieros, desregulación de la actividad económica y apertura externa eran las acciones recomendadas. Caído el Muro, decretado el fin de las ideologías, parecía no haber alternativas. El ALCA no fue más que una vuelta de tuerca promovida para relanzar ese ideario, en el área de influencia que Estados Unidos se ha reservado en el mundo, desde hace más de 200 años.
El mejor alumno de esas lecciones, la Argentina del menemato, cayó quebrado en diciembre de 2001. Antes y después, en Bolivia y Ecuador como aquí, los pueblos movilizados tumbaron gobiernos e impusieron sus propias prioridades a las políticas públicas. No fueron las únicas señales del fracaso del Consenso de Washington. “Las consecuencias nefastas que las políticas de ajuste estructural y del endeudamiento externo tuvieron para el pleno ejercicio de los derechos humanos, en especial los derechos económicos, sociales y culturales, se viven y recorren trágicamente el mapa de la inestabilidad latinoamericana. No se trata de ideología, ni siquiera de política, se trata de hechos y de resultados”, señaló Kirchner en la Cumbre.
Sin embargo, la reacción de los pueblos fue creando la posibilidad de construir otra agenda para el desarrollo. Una lectura rápida del proceso político latinoamericano en los últimos años, muestra una sucesión de expresiones indicativas de que maduró en nuestros pueblos otra mirada, coincidente, de las alternativas disponibles para resolver los principales problemas que enfrentamos.
Poco tiempo atrás, se intentaba sintetizar esa nueva mirada bajo el nombre de Consenso de Buenos Aires. En Mar del Plata, esa transición del Consenso de Washington al Consenso de Buenos Aires es lo que emergió con fuerza. Hacer eje en la generación de trabajo formal y calificado en nuestras economías, tanto para superar la pobreza como para hacer sustentables las democracias en la región, como postularon los países del Mercosur, al tiempo de reafirmar la vigencia integral de los derechos humanos, inclusive para los trabajadores migrantes ilegales (con la solitaria disidencia de Estados Unidos) como valor sustantivo de nuestras sociedades es, con claridad, otra agenda, bien distinta de aquella que en los noventas ni siquiera se discutía.
Pasado y futuro de la integración
Chávez recordó con acierto que el sueño integrador es constitutivo de nuestra patrias desde los albores de la independencia, doscientos años atrás. Quien más desarrolló la idea, Bolívar, lo hizo con el claro propósito de articular un diálogo de iguales con el resto de las regiones del mundo, inclusive Norteamérica, señalaba el Presidente venezolano. Por el contrario, los intereses imperiales siempre trabajaron para enfrentar nuestros pueblos. La mano inglesa estuvo detrás de las guerras del Paraguay, del Pacífico y del Chaco por mencionar algunas y los intereses yanquis promovieron la secesión de Panamá de Colombia.
Quienes hoy se allanan al libre comercio hegemonizado por Estados Unidos, han renunciado a un desarrollo industrial autónomo e internamente integrado, mientras que quienes demandan una discriminación positiva a favor de los más atrasados, han logrado avanzar por ese camino, como Brasil, o todavía aspiran a hacerlo, como Argentina. Este consenso sobre un posible desarrollo capitalista para nuestros países no presupone ideas acabadas acerca de los caminos a recorrer, pero la experiencia reciente indica al menos por dónde no ir.
Aún así, quienes se oponen al ALCA o quieren una integración de “beneficios mutuos” al decir de Kirchner, no forman un bloque homogéneo. No sólo por las asimetrías entre nuestros países y los intereses divergentes que tienen. Por ejemplo la aspiración brasileña a ser reconocida como la gran potencia regional con derecho a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas o las prácticas que reducen el Mercosur a un acuerdo argentino brasileño, dejando de lado a Uruguay y Paraguay porque son pequeños.
Además de eso, el sueño de un capitalismo “normal” no tiene entusiastas entre los seguidores de Chávez o Fidel. El socialismo aparece con claridad ante ellos (y nosotros) como una opción política y éticamente superior, que se impone como necesaria además, por los riesgos que implica el capitalismo para la preservación de la vida en nuestro planeta.
Por lo contrario, lo que amalgama el bloque es la matriz nacionalista de las búsquedas compartidas, la certeza de que en la unidad se adquiere volumen para lidiar con las fuerzas de la globalización, la comprobación de que es necesario recuperar el Estado como articulador de nuestras sociedades y la conciencia de los problemas semejantes, como similares fueron las historias, que tienen nuestros pueblos por delante.
En el pasado, los sueños de integración, igualdad y libertad sucumbieron a causa de la traición de las élites dominantes en cada país, que regularmente se aliaron a potencias extranjeras en contra de sus propios pueblos y para oponerse a los países vecinos. Hoy ese enemigo interior permanece agazapado en varios países, pero dispuesto a recuperar de nuevo el poder, como se ha visto en Venezuela o en Brasil.
Un camino que recorrerán es predecible: amplificar los conflictos y potenciar las expectativas de sortear –aislados– los problemas de la pobreza y el desarrollo. Ellos también saben cuánto importa la opinión pública en estas cuestiones y cuentan con los recursos necesarios para influir en ella. Sólo se trata de que exploten adecuadamente la agenda cotidiana. Las papeleras en Uruguay, los límites marítimos entre Chile y Perú, la salida al mar boliviana, por señalar unos pocos ejemplos, son conflictos reales que enfrentan a nuestros pueblos. Aprender a resolverlos, sin renunciar a los propios intereses y rescatando los valores comunes, es el tránsito que debemos hacer para progresar en una integración al servicio del desarrollo de nuestros pueblos.
*Gerardo Codina, psicoanalista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
Recuadro:
Maradona
Fidel y Maradona hablando en la televisión abierta sobre la Cumbre y las razones de la exclusión de Cuba. Maradona recibiendo a Bonasso para que explique que sería el Tren del Alba. Maradona junto a Chávez, acompañando su repudio al ALCA. Todo esto hizo una gran diferencia a favor, ampliando las audiencias sensibilizadas por lo que se discutía en Mar del Plata. Aquí y en el extranjero, porque Maradona es el argentino más popular en el mundo.