Revista Nº 125 (04/2018)
(Latinoamérica/teoría)
Juan J. Paz-y-Miño Cepeda*
Entre los siglos XVI hasta el XVIII, mientras en Europa despegó el mercantilismo, América Latina lo hizo en el coloniaje. Esta relación, como dos caras de una misma moneda, es el momento decisivo de la acumulación originaria. Pero ni Europa, ni América eran todavía capitalistas.
La teoría de Karl Marx (1818-1883) supo conjugar historia y economía, para explicar el capitalismo. El capítulo XXIV del primer tomo de El Capital trata “La llamada acumulación originaria”, un texto magistral en aplicar la relación pasado y presente, pues de otro modo no se podría comprender por qué hay unas elites ricas en contraste con la enorme mayoría social.
Marx indaga el origen de la riqueza y de la pobreza en el capitalismo. Lo encuentra en la disociación entre el productor y los medios de producción. En otras palabras, examina el camino seguido para que unas personas posean medios de producción, mientras la enorme mayoría los fue perdiendo, hasta quedarse exclusivamente con su fuerza de trabajo. Es la acumulación originaria, que Marx compara, con sus constantes y metafóricas alusiones bíblicas, al pecado original.
Desde otro ángulo de comprensión, en definitiva, para que surja el capitalismo es necesario un proceso de acumulación originaria del capital. Marx estudia ese proceso tomando como ejemplo a Europa y específicamente a Inglaterra, pero no se refiere a la acumulación originaria en América Latina. Y realiza algunas precisiones históricas: 1) el capitalismo europeo nace de la sociedad feudal; 2) aunque ciertos indicios del capitalismo pueden hallarse en los siglos XIV y XV, la era del capitalismo arranca en el siglo XVI; 3) la acumulación originaria es distinta en cada país. Habría que añadir una cuarta precisión, clarificada a lo largo de su obra: el capitalismo, en estricto rigor, recién nace con la revolución industrial a mediados del siglo XVIII.
Marx realiza un estudio pormenorizado de la acumulación originaria en Inglaterra. Pero, además, hace otra precisión: no basta la disociación entre el trabajador y sus condiciones de trabajo, sino que también la burguesía, en el momento de su ascenso, necesita y emplea el poder del Estado para regular salarios y jornadas, a fin de mantener como normal la subordinación de los trabajadores al capital. Y nuevamente vuelve al ejemplo con Inglaterra: leyes que van desde la fijación de salarios mínimos hasta la prohibición de asociaciones obreras y huelgas.
De otra parte, nuevamente siguiendo la historia europea, Marx advierte que con la disociación referida no solo se creó al obrero moderno (poseedor exclusivamente de fuerza de trabajo), sino que también fue creado el mercado interno que requiere la producción y venta de mercancías.
En estos marcos teóricos e históricos, la colonización y la esclavitud en América son otros tantos factores fundamentales en la acumulación originaria de Europa, que favorecieron principalmente a España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Se valieron del poder del Estado, utilizaron la violencia, el cruel trato a los indígenas como en México, el pago por escalpo (cabelleras indígenas cercenadas) de indios en Norteamérica, el saqueo colonial, la supremacía comercial, las guerras comerciales, incluso la deuda pública que hizo surgir un sistema internacional de crédito, igualmente el proteccionismo, la montaña de impuestos. Por eso, “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza” (Marx).
Al capítulo sobre la acumulación originaria sigue y complementa otro: “La moderna teoría de la colonización” (cap. XXV). Resulta que en las colonias, la expropiación de tierras no derivó en amplia creación de fuerza de trabajo libre, como requiere el capitalismo. Aquí se obstaculiza la oferta y demanda de trabajo, porque el obrero asalariado de hoy se convierte mañana en campesino o artesano independiente, porque las tierras tienen un precio artificial, la inmigración (como en Norteamérica) puede absorberse. Ante este cuadro, lo que Marx desea es remarcar una idea esencial: “el régimen capitalista de producción y acumulación, y por tanto, la propiedad privada capitalista, exigen la destrucción de la propiedad privada nacida del propio trabajo, es decir, la expropiación del trabajador”.
Ahora bien, si Marx no examinó la América Latina (como hoy la denominamos), el estudio de la acumulación originaria en el desarrollo del primer tomo de El Capital, debiera comprenderse desde la perspectiva del concepto marxista del capitalismo. En definitiva, ¿cuándo existe capitalismo? Para Marx, cuando hay dos condiciones históricas: 1) propiedad privada de los medios de producción (en manos de la burguesía); y 2) existencia de un mercado libre de fuerza de trabajo (en doble sentido: de trabajadores libres de medios de producción y libres para vender su fuerza de trabajo, que es lo único que poseen).
Si se comprende bien la propuesta teórica de Marx, nuestra América Latina entró a formar parte de la era del capitalismo en el siglo XVI, con la conquista y la colonización. No antes. Entre los siglos XVI hasta el XVIII, mientras en Europa despegó el mercantilismo, América Latina lo hizo en el coloniaje. Esta relación, como dos caras de una misma moneda, es el momento decisivo de la acumulación originaria. Pero ni Europa, ni América eran todavía capitalistas. El error de considerar capitalista a América Latina simplemente por su vinculación al mercado mundial y por los propósitos capitalistas de la colonización, fue largamente mantenido por la Teoría de la dependencia, que despegó a inicios de la década de 1970 en los ambientes académicos latinoamericanos de la mano de André Gunder Frank (1929-2005) y otros intelectuales marxistas de reconocida influencia y prestigio. En Ecuador, el primer autor en suscribirla fue Fernando Velasco en su reconocida tesis de grado de economista, titulada Ecuador: subdesarrollo y dependencia (1972).
En América Latina la acumulación originaria ha sido más larga y tortuosa que en Europa. Ciertamente aquí también se inició en el siglo XVI; pero durante toda la época colonial, aunque hubo un proceso sistemático de apropiación de tierras, no se generó una fuerza de trabajo libre, ya que indígenas y, en general, los trabajadores rurales, que son los que predominaron, pasaron a estar sujetos a relaciones violentas de servidumbre o dependencia personal mediante endeudamientos familiares o adscripciones comunitarias a las tierras de los patronos, mientras la población negra fue sujeta a la esclavitud. En las ciudades no hubo proletarios.
La independencia y luego la construcción de las repúblicas latinoamericanas durante el siglo XIX tampoco lograron la disociación completa entre los trabajadores y sus condiciones de trabajo. Predominaron haciendas, latifundios y plantaciones con esclavos (al menos hasta su abolición prácticamente a mediados de siglo) y con campesinos e indígenas que conservaron y hasta ampliaron las relaciones de trabajo forjadas en la época colonial. En las ciudades existían trabajadores autónomos, gremios artesanales, dependientes del comercio y la banca, pero pocos obreros y mucho menos proletarios, hasta el surgimiento de las primeras manufacturas e industrias a fines del siglo XIX y eso no en todos los países, donde estos procesos demoraron.
Todas las situaciones descritas forman parte de específicos procesos de acumulación originaria que exigen una investigación rigurosa no solo para la región, sino en cada país. Y existen notables estudios sobre el tema, como el del ecuatoriano Agustín Cueva en un libro pionero de la sociología histórica titulado El desarrollo del capitalismo en América Latina (1977), que concluye en observar que el capitalismo, como sistema, se implantó tardíamente en la región, coincidiendo precisamente con el despegue en el mundo de la fase imperialista del capitalismo, es decir, en el siglo XX.
En Ecuador, como en el resto de América Latina, el capitalismo no nació de un régimen feudal, que tampoco existió durante la colonia. A raíz de las independencias el proceso, en su largo camino, debió vencer a la hacienda como eje del sistema económico y al sistema oligárquico en la vida política. Pero la burguesía nació ligada a la clase terrateniente, de la cual heredó el espíritu rentista y no el que caracterizó a las burguesías europeas o a la norteamericana. La carencia de una burguesía con mentalidad burguesa, pues siempre tuvo pensamiento oligárquico, contribuyó para que Ecuador fuera uno de los países más atrasados y “subdesarrollados” hasta mediados del siglo XX. El desarrollismo de las décadas de 1960 y 1970, especialmente a través de la reforma agraria (1964), aceleró el surgimiento de la fuerza de trabajo libre y la constitución del mercado interno requerido por el capitalismo, al mismo tiempo que afirmó la contraparte de propietarios de medios de producción: los empresarios modernos.
Si el capitalismo ecuatoriano empieza a ser visible y se consolida prácticamente en la segunda mitad del siglo XX, se abre a la investigación un tema por demás apasionante: ¿cuál fue, por tanto, el papel que tuvieron que jugar tanto el Partido Socialista (1926) y luego el Partido Comunista (1931) en una sociedad en la que predominaban las formas precapitalistas, en la que la disociación entre trabajadores y medios de producción aún no se había completado, y en un país donde el proletariado se reducía a algunas ciudades y su significación numérica era escasa, como reducida e incipiente era la propia industria?
Será un tema para volverlo a pensar en próximos artículos, pero que ha despertado apasionados debates desde el momento mismo en que tales partidos nacieron identificándose con la teoría de Marx y soñaban con una revolución proletaria como la que había logrado Rusia en 1917.
*Juan J. Paz-y-Miño Cepeda. Firmas Selectas de Prensa Latina
Publicado por Con Nuestra América