RITA AWIRON *
«…y la victoria crecerá despacio, como
siempre han crecido las grandes victorias».
(Leído en la puerta de la casa de un campesino de Pinto)
Hoy Santiago del Estero está en la primera plana de
los diarios y canales de la Capital Federal. La corrupción
generalizada, la impunidad, las mafias, el desenfrenado
clientelismo, el «doble crimen de La Dársena
», en el que aparecen involucrados personajes
ligados al corrupto gobierno de Juárez desde larga
data, culminó con la anunciada y dilatada intervención
a los tres poderes de esta provincia. Pero ese
doble crimen sólo fue posible gracias a una estructura
judicial y política que viene desde el fondo de su
historia y que tiene sus raíces en las matanzas y despojos
(que no aparecen en los grandes medios) que
vienen sufriendo desde hace años los campesinos
santiagueños.
Como integrante de la Asamblea «Gastón
Riva» del barrio de Caballito, participé junto con
otras organizaciones sociales, en las pasantías que se
realizaron en julio del 2003 en el MOCASE (Movimiento
Campesino de Santiago del Estero).
Partí conociendo muy poco de esta experiencia.
Sólo sabía que algunos campesinos estaban peleando
por la posesión de su territorio. Que estas tierras,
abandonadas durante muchos años por su poco
valor hoy eran codiciadas ya que por el cambio de
régimen de lluvias, de 600 a 1200 milímetros anuales,
son útiles y fértiles para la siembra de muchos
tipos de cultivos y en especial de la soja. Producto
que a partir del transgénico se transformó en la estrella
de un negocio rápido y rentable para
Monsanto, monopolio que vende la semilla, y para
unos pocos productores. El resto eran muchas preguntas
que llevé en mi mochila.
En un artículo de «el Diplo» de junio de 2000
el ex seminarista y hoy integrante del cuerpo técnico
que asesora al MOCASE, Ángel Strapazzón decía: «El
cambio político-social en este país llegará cuando sepamos
articular los distintos campos populares, hoy
aislados y desmembrados. Para que eso ocurra es necesario
que surjan referentes, líderes que enamoren
con su lucha, que contagien con su ejemplo. Mucha
mística, además de buenos discursos y alternativas
políticas».
Llegar a Quimilí no es sólo llegar a la principal
de las nueve centrales del MOCASE, es además comenzar
a vivir otra realidad, con otras relaciones
interpersonales, con otros valores, con otros tiempos
y donde la sensación de que «se puede» flota en el
aire. Esa mística es lo primero que impacta al tomar
contacto con esta compleja y no tan conocida experiencia
que se está desarrollando desde hace 14 años
al noreste de la provincia. Es la zona del chaco
santiagueño donde actuó la compañía inglesa La Forestal
entre 1902 y 1947. Esta empresa se dedicó a la
explotación del quebracho y a la fabricación del
tanino, entre otras actividades. Lo poco que en la
zona no era de la compañía fue considerado «particular
»: Forestal se asociaba a estatal por oposición a
privado. Tenía bandera propia y emitía su propia moneda.
No existía la libertad de comercio, la única que
vendía o compraba era la empresa. Los comisarios y
jueces recibían pagos mensuales de la Compañía que
realizaba listas negras de obreros rebeldes que no
podían trabajar en su territorio. El poder político era
observador impotente en algunos casos y en otros
claramente cómplice de los abusos y la violencia de
la empresa.
Al retirarse la Compañía dejó una zona devastada
no sólo en lo económico sino en lo cultural y
social. Fue tal el sometimiento que padeció esta comunidad
que para proteger a sus hijos no le transmitieron
ni su cultura ni su idioma, el quechua, sino
que los impulsaron a emigrar a Buenos Aires donde
podían conseguir un trabajo digno y aprender a leer
y escribir.
En los ‘60 cuando la zona se recuperaba de
los estragos de la Forestal comienzan los grandes
inversionistas a interesarse por estas tierras fiscales.
Con el aval de Juárez, que domina estas tierras desde
1949, se fraguan títulos de propiedad en escribanías
de la ciudad y los «propietarios» llegan con
topadoras y matones armados a los montes para
desalojar a los campesinos que llevan décadas ocupando
estas tierras que cultivan colectivamente. Es
recién en los ‘80 que comienzan a difundirse los alcances
de la ley veinteñal (que otorga la posesión a
aquel que ocupa un territorio por más de 20 años) y
que la Constitución da prioridad a la posesión por
sobre las escrituras, cuando los campesinos oponen
resistencia a los atropellos y desalojos. Son l4.000 familias
que poseen el 14% de las tierras de la provincia
que, con la organización del MOCASE a partir del
‘89 y en el que hoy participan más de 9.000 familias,
saben que las tierras les corresponden y han perdido
el miedo. Saben que se enfrentan a empresas
monopólicas, a especuladores, terratenientes y matones.
Que se enfrentan a Juárez que domina no sólo
con el aparato represivo, sino a través de médicos y
maestros que son empleados para agredirlos en su
dignidad y en su cultura. Pero saben también que el
monte es su vida, que les pertenece y que sólo ellos
pueden defenderlo y así defenderse.
Mi destino final en este viaje fue el pueblo de
Pinto, más precisamente a 32 km. del mismo, hacia
adentro del monte, donde entre otras se encuentra
la casa de la familia Gallo.
Pasar una semana con una familia campesina
es una experiencia que no se olvida. Superados los
primeros impactos: saber que los vecinos más próximos
están a 3 km. o que la bomba de agua está a
1.5 km, uno comienza a compartir la vida de todos
los días. Aprender a amasar tortilla santiagueña, ver
parir a las cabras, convivir con las gallinas, pavos y
chanchos, guiados por el cariño y el entusiasmo que
cada familia siente por el visitante. Los campesinos
del monte sean o no del MOCASE, ven en cada pasante
una visita que no sólo va a compartir su vida
cotidiana, sino que va a conocer sus luchas por la
tierra, por la defensa de su cultura, por el rescate de
su dignidad y sobre todo que cada uno de ellos será
transmisor de esta experiencia en su lugar de origen.
En los lotes 20 y 24 de Pinto viven 85 familias
de las cuales 30 son del MOCASE. La organización en
la zona data de 5 años atrás, cuando comenzaron los
desalojos y, por lo tanto, las luchas. Fueron las mujeres
que con sus hijos se pusieron delante de las
topadoras y son hoy las que junto a sus maridos participan
de las reuniones y en los congresos regionales
de campesinos junto a los Sin Tierra del Brasil, los
zapatistas mejicanos, los indígenas ecuatorianos, entre
otras organizaciones, donde se intercambian
saberes y experiencias de luchas.
Capítulo aparte es el proceso que van haciendo
los jóvenes que desde el monte enfrentan a sus
maestros cuando intentan reprimirlos por su entusiasta
participación en el MOCASE. Se organizan en
comisiones y desde allí van al rescate de la riqueza
cultural de sus mayores. Aprenden y registran el
nombre de los yuyos del monte, para qué sirve cada
uno, tienen posición en cuanto a los falsos contenidos
que aprenden en las escuelas que ningunean su
cultura, saben sus derechos y se plantan con dignidad
ante cada atropello y así van construyendo su
identidad.
Paralelamente el MOCASE ha ido articulando
y coordinando políticas con otras organizaciones
campesinas, integra la Coordinadora Latinoamericana
de Organizaciones del Campo (CLOC) y forma parte
de la Vía Campesina, una instancia de coordinación
internacional de organizaciones que luchan por
la reforma agraria y la transformación social
El Movimiento como todo organismo vivo es
desigual en su desarrollo. Así como en Pinto, y en
otras centrales, los campesinos «son» el MOCASE, en
otras zonas ésta es la organización que los ayuda a
defender sus tierras. Es una construcción de base,
democrática, participativa y autónoma. Construyen
política a partir de la horizontalidad, no tienen caudillos
ni punteros. Son las comunidades campesinas
las que participan y deciden. Se establecen acuerdos,
se eligen delegados y todas las decisiones deben ser
refrendadas por las Centrales y por las comisiones de
base.
Ante un Estado ausente, van tomando la resolución
de los problemas en sus manos. Los campesinos
junto con los técnicos (que acompañan y asesoran)
y en algunos casos con ayuda económica del exterior,
van creando sus propios emprendimientos
productivos, como la fabricación de dulces o la carpintería,
avanzan en la concreción de diversos proyectos
como la escuela politécnica y la universidad
Campesina. En ella se capacitarán a jóvenes campesinos
para que sean docentes de las escuelas bilingues
(quechua-castellano) con programas oficiales y contenidos
que respeten y afiancen su cultura e identidad,
además de otras especialidades y oficios. Ya
está en marcha la radio FM del Monte, que trasmite
en ambos idiomas, en la zona de Quimilí, en Los
Juríes y siguen proyectando otras. Organizan su propia
autodefensa y discuten su posición ante los proyectos
del ALCA y del Banco Mundial. Se oponen a
los proyectos de «mercantilización de tierras» y al
concepto de «seguridad alimentaria» de estos organismos.
Demandan en cambio «soberanía
alimentaria»: que cada país elija qué producir para
alimentar a sus habitantes. Promueven la producción
a partir de semillas naturales y combaten todo lo
transgénico ya que perjudica la salud y contamina la
tierra.
Lo que se siente en este pequeño pedazo de
la patria es que la lucha y la vida cotidiana son la
misma cosa. La defensa del monte, de su cultura y
de su dignidad se gana o se gana, en esta generación
o en la que viene, el tiempo les pertenece. ¿No
será esta mística lo que todavía nos falta a quienes
tenemos vecinos al otro lado de la pared o el agua
con sólo abrir la canilla?
* Lic. en Ciencias Políticas