Notas sobre el proceso de cambio

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GERARDO CODINA * Notas sobre el proceso de cambio.

El escenario mundial se está reconfigurando a gran velocidad. La hegemonía de Estados Unidos enfrenta
crecientes límites, también en nuestra región. Una expresión de ese cambio es el retroceso del neoliberalismo en la mayoría de nuestros países. En la transición hacia un mundo multipolar, la integración regional refuerza la posibilidad de un desarrollo autónomo y con mayor justicia social, pero enfrenta sus propios desafíos.

1. El mundo norteamericano.
El sueño norteamericano de un mundo bajo su dominio indiscutido duró bien poco. Apenas alcanzado el objetivo estratégico de provocar la caída de su contraparte en el mundo bipolar que resultó de la 2º Guerra Mundial, en cada uno de los confines del nuevo imperio, distintos procesos convergieron en la
limitación progresiva de sus capacidades, al tiempo que en su interior se gestaba la crisis financiera actual
que, todo indica, resultará en un recorte de la significación económica global de Estados Unidos.

Está por verse cuán profundo será ese descenso, pero en este momento nadie duda de que esté ocurriendo.
La implosión del mundo socialista había dejado a EEUU como única superpotencia global, al tiempo que lideraba la autorrevolución tecnológica del capitalismo. Eso le permitió sustraerse a la lógica del derecho internacional y del sistema de acuerdos de Naciones Unidas, como todavía hace. En ese tiempo, el del Consenso de Washington, la integración de los procesos productivos y financieros en una mundialización económica nunca antes vista, marchaba de la mano de la hegemonía yanqui. La tentación de rediseñar el mundo, por la fuerza de las armas o del dinero, a la medida de su propia imagen fue –y todavía sigue siendo- muy fuerte.

En ese mundo norteamericano existía poco espacio para los estados –excepto los propios- y las voluntades
soberanas de los diferentes países estaban restringidas por los rígidos marcos doctrinarios del nuevo Imperio y sus escoltas. Las reglas básicas, apertura de los mercados, desregulación de los flujos financieros, liberalización de las inversiones externas, entre otras, procuraron homogeneizar el escenario internacional para asegurar el dominio de las grandes trasnacionales occidentales. El programa político incluía la democracia como forma de gobierno, pero sobre todo como excusa discursiva frente a poderes locales que no se integraban a las grandes corrientes del interés imperial.

Por cierto, por el momento la centralidad de EEUU, ahora y durante los próximos años, no está en juego. Pero sí su capacidad para imponerse en toda ocasión a los intereses de los demás actores de la escena
internacional. Más allá de su empantanamiento en Afganistán e Irak, valen tres ejemplos «pacíficos»
de esos nuevos límites del poder imperial.
En el primero de los casos, la relación China – EEUU, el gobierno norteamericano no ha logrado que la nación asiática se autocontenga en la relación comercial bilateral ni tampoco pudo reducir el déficit que padece en el intercambio. Más importante que eso: EEUU no puede frenar el proceso de afirmación china como uno de los grandes jugadores mundiales. Proceso principal en la transformación de nuestro mundo en un escenario multipolar.

El otro caso es el demorado fracaso de las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio conocidas como Ronda Doha. En este asunto, el bloque de naciones capitalistas más desarrolladas no ha logrado imponer a los demás países su visión de las reglas que deben regir los intercambios comerciales, básicamente por el activismo exhibido en las negociaciones por un grupo de naciones de desarrollo intermedio que defienden sus propios derechos. Naciones que, beneficiadas en su momento por su integración al mercado mundial como proveedoras de servicios y bienes industriales baratos, gracias a los bajos salarios relativos de sus trabajadores, se afianzaron en el dominio de las nuevas tecnologías y hoy empiezan a discutir las reglas que rigen el mundo, respaldadas en el creciente tamaño de sus economías.

Tampoco pudo EEUU imponer su proyecto hemisférico de libre comercio. La convergencia de los intereses nacionales sudamericanos, frustró en 2005 la iniciativa diseñada para enseñorearse en los mercados
de esta zona que, desde el siglo XIX, el vecino del norte considera como su espacio natural de influencia
exclusiva. En nuestro caso, la movilización popular contra las consecuencias de la política neoliberal, dio paso a una nueva etapa de afirmación de los intereses nacionales, casi contemporánea en la mayoría de los países de la región, que formó parte y a la vez se benefició del proceso de deterioro de la hegemonía norteamericana indiscutida.

2. La singularidad latinoamericana. Nuestra región siempre ha sido modelada decisivamente por los influjos de los procesos mundiales, desde que la Conquista arrancó a los pueblos originarios la posibilidad de un desarrollo autónomo de sus culturas e integró a estos territorios como colonias ultramarinas de las potencias europeas, con un rol de proveedoras baratas de metales preciosos, productos tropicales, alimentos y otras materias primas. Idiomas, poblaciones, instituciones y hasta flora y fauna exótica configuraron esta América mestiza que somos ahora, después de cinco siglos de mezcla con los elementos autóctonos.
Nuestra propia independencia surgió como posibilidad en una crisis europea, durante la cual la disputa por la hegemonía entre Francia e Inglaterra, creó condiciones favorables para el desgajamiento del Imperio español y la autonomía de Brasil. Como es sabido, los intereses comerciales ingleses se contraponían a la lógica del monopolio español y portugués y alentaron nuestros aires independentistas.

Luego, cuando España resultó un aliado necesario contra Napoleón, mermó el entusiasmo británico por la autonomía de las nuevas repúblicas americanas. Pasados los años, todas ellas fueron cortejadas
o violentadas por las potencias europeas para servirse de nuestros países como territorios coloniales, aunque fueran formalmente autónomas. A lo largo del tiempo, se replicó dentro de nuestros países, en cada encrucijada del destino, la escisión ya manifestada en la Primera Independencia. Los intereses colonialistas estaban también expresados por sectores locales, que afirmaban su primacía interna mediante las alianzas tejidas con los intereses extranjeros.

Como los cipayos hindúes, nuestras oligarquías, salvo contadas excepciones, combatieron siempre del lado antinacional. Son herederas de la lógica colonial y nunca encontraron en estas tierras razones diferentes
para cambiar la estrategia de extraer riquezas y acumularlas en el exterior, que caracterizó al dominio
europeo. Así, los procesos desarrollistas de nuestros países en contados casos son liderados por los sectores
del poder económico local y muchas veces, suceden en contra de su voluntad, como evidenció el lock
out agrario en Argentina hace poco. La gran burguesía nativa de nuestros países no actúa como una clase
«para si». Cuando alcanza un grado suficiente de desarrollo singular, se inscribe como parte de la burguesía
internacional, en tanto clase mundial y se integra a los intereses del Imperio y su ideología de mercados «libres». La lógica de la mundialización financiera, comunicacional y productiva de las últimas
décadas, reforzó este proceso.

La culminación del ciclo neoliberal encuentra a la mayoría de nuestros países procurando la afirmación de su autonomía nacional y promoviendo su desarrollo con mayor inclusión social, como condición básica para asegurar su estabilidad democrática, mediante políticas regulatorias de los mercados, de diferente cuño y con distintos acentos. En ese recorrido, el proceso de integración regional brinda oportunidades para fortalecer las capacidades estatales de cada una de nuestras naciones, de hecho pequeñas,
en relación con los poderes de las naciones centrales, de las grandes trasnacionales y de sus aliados
locales.

3 Semejanzas y diferencias. En los 70 coincidieron distintos procesos orientados a transformaciones sociales más o menos profundas en los países de Centro y Sudamérica. El regreso de Perón al gobierno en Argentina, el triunfo de la Unidad Popular con Salvador Allende en Chile, las intervenciones de sectores nacionalistas y populistas de las Fuerzas Armadas con Juan Velasco Alvarado en Perú, Juan José Torres en Bolivia y Omar
Torrijos en Panamá, fueron las más destacadas. Más allá de sus singularidades, entre todas estas expresiones políticas había intensos lazos de solidaridad que se extendían a un amplio abanico de muchas otras organizaciones políticas populares que, por todas partes, pugnaban por seguir el ejemplo luminoso
de Cuba y se definían por su confrontación con los designios norteamericanos que, tan trágicamente
acababan de intervenir en Santo Domingo, como ya lo habían hecho en Playa Girón o en Guatemala unos años antes.

Es fácil hacer paralelos entre aquel momento y el presente. También señalar las diferencias obvias, en un mundo transformado decididamente en estos últimos 35 años. Pero conviene atender a tres condiciones que definen el escenario actual en Centro y Sudamérica y distinguen estructuralmente aquel pasado de este presente. Ante todo, nuestra región vive una inédita experiencia democrática. Inédita por lo extensa en el tiempo1 e inédita porque abarca a todos los países sin excepciones. Los gobiernos de la región han sido consagrados como resultado de procesos electorales en los que participaron libremente todos los ciudadanos.
Es en esta nueva experiencia democrática regional, vale resaltarlo, en cuyo marco están teniendo lugar los procesos de afirmación de los intereses nacionales y populares que se registran en Ecuador, Bolivia, Venezuela o Nicaragua, así como en Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, con sus matices singulares.

La segunda gran diferencia es que, si en el pasado los esfuerzos desarrollistas podían imaginarse en espacios nacionales relativamente autárquicos, la concentración actual de poder en manos de las grandes corporaciones multinacionales hace ilusoria cualquier estrategia individual de nuestros países, por grandes que sean y reclama la convergencia regional para lograr la capacidad de regular el impacto de los procesos económicos internacionales. Si además se trata de procesos que, como en el caso de Venezuela y Argentina, procuran mayor justicia social para nuestros pueblos, la experiencia histórica ha indicado
suficientemente qué se puede esperar de los intereses oligárquicos internos y cómo ellos están
indisolublemente atados al sostenimiento del atraso y de la dependencia, cuando no de la disgregación
nacional, como procuran hoy en Bolivia.

En tanto esa comprensión estratégica (que sagazmente anticipó Bolívar) se incorporó a la agenda democrática de la región, es que la unidad latinoamericana dejó de ser una reivindicación retórica.
Así, la conexión efectiva entre nuestros países, aislados cuando no enfrentados en el pasado, comenzó a
edificarse a medida que se van aprovechando las oportunidades que se brindan mutuamente, para construir mayores niveles de autonomía y desarrollo, en el curso del proceso de integración.
La tercera diferencia es el escenario internacional en el que tienen ahora lugar nuestros procesos.

En ese panorama conviene resaltar dos aspectos diferenciales:
1- Si en los 70, la confrontación bipolar que estructuraba el mundo entonces, encontraba a EEUU preparándose para recuperar su iniciativa estratégica, luego de su derrota en Vietnam, hoy estamos en las
postrimerías de su dominio indiscutido como única superpotencia mundial, en proceso de transición hacia
un nuevo escenario multipolar en el que uno de los ejes puede ser Sudamérica, por la significación potencial de sus economías integradas.

2- El proceso de cambio de la escena internacional se alimenta, entre otros factores, en la emergencia de nuevas naciones industrializadas, una de las cuales es Brasil 2, que desplazan a Europa y Estados Unidos como proveedores de productos terminados y bienes intermedios y al mismo tiempo son capaces de acercarse a las fronteras de la innovación científico-técnica con desarrollos originales. En particular, el ingreso de China e India significó además una transformación estructural en el mercado mundial de alimentos y otros productos primarios, en la medida que sus poblaciones comienzan a acceder a mejores estándares de consumo. De esa transformación se benefician todas nuestras naciones, en tanto proveedoras de bienes primarios, aunque el dinamismo oriental amenace ahogar algunos sectores débiles de nuestras actividades industriales, que deberán ser resguardados para asegurar su desarrollo futuro.

4. Las amenazas al futuro común. El Mercosur es quizás hoy el principal esfuerzo de integración desplegado en Sudamérica. Desde sus orígenes, está marcado por la relación bilateral entre Argentina y Brasil. Pese a la asimetría actual existente entre ambos países, son las principales economías del cono sur y sin su participación plena no hubiese tenido volumen suficiente el proceso de integración.
Desde sus inicios implicó un conjunto de oportunidades y de riesgos nuevos en el proceso de construcción de la integración. Oportunidades de mercados ampliados, de protecciones compartidas a sectores de la economía que se procuran desarrollar, de estrategias comunes para escalar en el desarrollo, de integración social y cultural, y de construcción de una voz común en el escenario internacional, como se verificó en la Ronda Doha.

Los riesgos resultan de que, librada a las fuerzas de mercado, la integración puede ampliar las diferencias
existentes, en la medida que el desarrollo equilibrado sólo resulta de políticas públicas regulatorias compartidas y por lo tanto, negociadas y acordadas. Por otro lado, siendo una característica común de nuestros procesos la afirmación nacional, la solidaridad y el equilibrio en las relaciones asimétricas sólo pueden resultar de una fuerte voluntad política que privilegie las ganancias estratégicas de la integración, antes que las divergencias puntuales de intereses o los beneficios inmediatos que pudieran lograrse explotando las diferencias actuales.

Las negociaciones por el abastecimiento de gas boliviano son un buen ejemplo de cómo se pueden sortear esos obstáculos. Pero para ello son también indispensables liderazgos políticos acordes en cada uno de nuestros países, que estén a la altura de los requerimientos de esta oportunidad histórica, como por suerte sucede en la mayoría de los casos.
Otro riesgo deriva del excesivo protagonismo argentino-brasileño en el espacio de integración, que operó como una tensión disgregante de los países más chicos que, por momentos, examinan escenarios de salida, alimentados por las ilusiones que venden los intereses norteamericanos y sus tratados de libre comercio. El modesto registro regional de estos problemas (el Mercosur dispone de un fondo de apenas 100 millones de dólares para compensar asimetrías entre sus miembros) señala la magnitud de las dificultades que aun deben superarse.

Por lo demás, y dada su condición de potencia emergente, en el futuro Brasil puede oscilar entre desentenderse de Sudamérica, procurar liderarla o pretender hegemonizarla. Pero Sudamérica no puede
desentenderse de Brasil y lo necesita, quizás como líder regional, pero seguramente como uno más entre
pares democráticos, que colaboren en el desarrollo de la región, la superación del atraso y la integración
social de nuestros países.
La incorporación de Venezuela al Mercosur es crucial entonces para lograr ese equilibrio dinámico a
su interior. Por ello se entiende la resistencia de algunos sectores del poder económico brasileño. En esa
inteligencia, el diálogo argentino-venezolano no solo retoma el sendero de nuestros Libertadores de reunir
fuerzas para enfrentar las amenazas comunes, sino que habilita la búsqueda de una construcción más
solidaria y más política del proceso de integración, de la que puedan ser parte todos los países de la región con independencia del tamaño relativo de su economía.

* Analista político, integrante del Consejo Editorial de Tesis 11, Buenos Aires, Argentina. Abril de 2008.

Notas
1 Por señalar un caso paradigmático, en 2008 Argentina cumplirá 25 años ininterrumpidos de gobiernos electos por la voluntad popular. Esta lógica de construcción de legitimidad política no se alteró ni siquiera en el momento de mayor crisis política, social y económica del país en 2001-2002.

Se trata del período más extenso que registra nuestra historia desde la consagración del voto obligatorio y secreto en 1916, que puso fin a la era de gobiernos oligárquicos y dio paso a casi setenta años de alternancias cívico militares en el ejercicio del poder. Años en los cuales solo hubo tres elecciones libres, de las que resultó electo
Juan Perón.

2 Brasil parece disfrutar de un momento excepcional, gracias a la persistencia de sus políticas de desarrollo. En cuatro décadas se transformó en un gran productor de alimentos – más allá del café—, en una destacada potencia industrial y ahora se descubre propietaria de inmensos yacimientos petrolíferos.

En apenas unos años podría pasar de haberse autoabastecido (2006) de combustibles fósiles a ser proveedora en el mercado mundial.

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