JOEL KOVEL*
El autor pone de relieve la magnitud del desastre del
régimen de Bush II, tanto en sus guerras contra
estados-naciones, como las «justificaciones de esta
guerra interminable contra el terror». También
expresa sus opiniones sobre las próximas elecciones
en los EE. UU.
En cierto momento de 2003 el Premio Nobel de Economía
Robert Akerlof declaró a la BBC que la presidencia
de George W. Bush era «el peor gobierno que
había tenido Estados Unidos en sus más de 200 años
de historia. Comprometió a este país en políticas extraordinariamente
irresponsables, no sólo en el campo
de las relaciones exteriores y la economía sino
también en materia social y ambiental». Tal vez se
trate de una declaración demasiado dura, para apoyar
el punto de vista de la competencia demócrata,
si se tiene en cuenta la ineptitud de cantidad de administraciones
anteriores. Pero por referencia al calificativo
de irresponsable, un juicio que requiere valorar
el desempeño en relación con la responsabilidad
y el consiguiente poder, ¿quién en su sano juicio podría
pensar otra cosa?
La magnitud del desastre del régimen de Bush
II se puso de manifiesto en marzo y abril de este año
con el espectáculo del fracaso, tanto de sus guerras
contra estados-naciones como de las justificaciones
de éstas en la guerra interminable contra el terror.
Hamid Karzai, presidente de Afganistán, está ahora
efectivamente reducido a ser sólo el intendente de
su capital Kabul, a contemplar el retorno de los
talibán, la competencia entre los señores de la guerra
por los distritos aledaños y el regreso de la producción
de opio como la única porción viable de su
economía. En Irak, quienes vinieron a reconstruir la
nación dando muestras de un grado excepcional de
torpeza y arrogancia imperial, han tenido éxito en
lograr la unión de las dos facciones musulmanas hostiles,
sunnitas y shiítas, contra los invasores infieles.
La investigación acerca de la catástrofe del 11
de septiembre revela un modelo de conducta que sugiere
la hipnosis de las masas sobre la porción de la
burocracia de seguridad que despliega una conspiración.
Ésta es una explicación benévola. La historia
más siniestra que los canales oficiales rehúsan tocar
pero que circula bajo la superficie, teniendo en cuenta
la cantidad enorme de sucesos grotescos e inexplicables
de ese día atroz, implicaría su complicidad
real en la conspiración con el objeto de crear «otro
Pearl Harbor» que legitimara la política bélica del gobierno.
Para agregar un toque de surrealismo a todo
este despliegue, el presidente de Estados Unidos decidió
que necesitaba otras vacaciones en su rancho
texano de más de 800 hectáreas, donde se relajó e
invitó a recorrerlo a representantes de 22 organizaciones
de caza y pesca.
Hay mucho más para decir acerca de la irresponsabilidad
de la administración Bush. Por ejemplo
sus violaciones a las libertades civiles o los déficit
monstruosos acumulados, los que garantizan virtualmente
la quiebra de los programas gubernamentales
de pensiones y salud. Pero lo que quizá es más notable
es que estas revelaciones asombrosas no implican
seguridad alguna de que George W. Bush no obtenga
otros cuatro años de naufragio para la «democracia
» norteamericana. En términos generales, hay cuatro
razones que avalan esta posibilidad:
En primer término, como ocurrió en las elecciones
de 2000, es grande la posibilidad de un fraude
electoral y las autoridades parecen incapaces o
sin voluntad para hacer algo acerca de ello.
Segundo, el grueso de la prensa sirve esencialmente
como máquina de propaganda para el gobierno.
Tercero, el Partido Demócrata, aunque más
unido que en el pasado, ofrece poco más que una
esperanza de ser menos tóxico que el Presidente.
John Kerry, su abanderado, está profundamente
comprometido por haber suscripto todos los rasgos
reprensibles del programa republicano. De hecho, la
principal promesa de Kerry parece ser la de que el
suyo será un gobierno con mayor capacidad para
manejar el imperio. Kerry es tan poco atractivo para
los progresistas como para alzar el espectro de un
vuelco significativo de votos en noviembre en favor
del perenne reformador populista Ralph Nader.
En cuarto lugar, lo que es quizás lo más preocupante,
Bush habla al corazón de un sector muy
amplio de la población norteamericana del cual
Kerry, pese a sus puntos de vista semejantes, está separado
radicalmente.
La alianza entre la derecha corporativa y la
derecha religiosa comenzó con los años de Reagan,
pero no hay duda de que G. W. Bush – «El Pequeño»
– la ha llevado aún más allá que el genial y despreocupado
Reagan, cuyo vínculo con los religiosos reaccionarios
era principalmente oportunista, un papel
más a protagonizar por el viejo actor de cine. En
Bush tenemos a un hombre que fue «salvado» del
pecado del alcoholismo por la conversión religiosa.
Llevó adelante su experiencia no como una persona
auténticamente religiosa sino como otra imbuida del
dogmatismo estrecho de los «verdaderos creyentes».
Bush no piensa como ellos – una observación que
hizo Nelson Mandela – pero transmite un cierto fanatismo
a una amplia masa de ciudadanos embargados
por la religiosidad del fundamentalismo cristiano.
Ésta comprende a un formidable bloque de votantes
notoriamente inconmovibles ante las consideraciones
de la racionalidad económica, aún teniendo en
cuenta los tiempos duros que atraviesan la mayoría
de ellos. Están fanatizados con ser parte de la superpotencia
militar «Número Uno» y, consecuentemente,
son indiferentes a las iniciativas insanas de la política
exterior del presidente. Y, como la mayoría de
los ciudadanos norteamericanos, permanecen
fenomenalmente ignorantes del mundo que los rodea
y son manipulados con facilidad. Muchos se
sienten cómodos ante la idea del Armagedón y la
mayoría cree que el Diablo tiene la forma de una
persona de carne y hueso. Están profundamente resentidos
ante la cuestión de los derechos
reproductivos de las mujeres, son hostiles a la separación
constitucional entre la Iglesia y el Estado, y
observan a la teoría de la evolución y la actividad homosexual
como obras del mismísimo Demonio. Son
personas que han concurrido por millones a ver y llorar
ante la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo,
una sanción sadomasoquista y antisemita al despellejamiento
de Cristo a manos de los romanos, y
son muy capaces de seguir hasta el precipicio a Bush
«el Pequeño».
Por supuesto, el hombre que comunica estas
actitudes a unos sesenta millones de creyentes -y a
unos cuantos otros que comparten uno o más de estos
rasgos – no es un hombre del pueblo. Sin embargo
G. W. Bush tampoco es un político burgués típico.
Más bien representa una fracción de la clase dominante
producida por el impacto expansivo de la división
de la riqueza desde la reacción liberal a la crisis
de los setenta. En el caso de Bush, la fracción es dinástica
y centrada en torno a las industrias del petróleo.
Pero sus rasgos salientes son la grandiosidad y
una despreocupación por las consideraciones socialmente
responsables acerca de la reducción del crecimiento
de la brecha entre ricos y pobres. En una palabra,
en favor del mismo pueblo al que todo eso tiene
sin cuidado, hasta el punto del nihilismo. De allí
la corrupción sin precedentes del régimen de Bush II
y su aura de vengador despiadado.
La combinación de la amoralidad excepcional
de la clase dominante con una base social de cristianos
fanáticos tiene el potencial para adquirir mayor
turbulencia. Ni bien Bush regrese a su oficina probablemente
tendrá que restaurar la conscripción militar
para llevar adelante sus aventuras imperiales. Esto
podría llevar a un período de conflictos incluso mayor
que el de la década de 1960, con distintas posibilidades
fascistas, pero también a la apertura a iniciativas
nuevas de la izquierda radical. Para parafrasear
a un viejo refrán chino, hemos sido tanto
maldecidos como bendecidos a vivir en épocas interesantes.
* El doctor Joel Kovel es profesor Alger Hiss de
Ciencias Sociales en Bard College Annandale,
de Nueva York, desde 1988. Autor de numerosos
libros, el titulado «The enemy of Nature.
The end of Capitalism or the en of de world?».
Fue candidato a Senador Nacional y
precandidato a la vicepresidencia en el año
2000, representando al Partido Verde