Y ves, que esta tristeza no puede ser
que algo mejor tiene que haber
algo por donde salir a andar.
– Los Piojos
Plena campaña electoral. El 2017 será marcado a fuego como el año en que el programa de ajuste neoliberal de Mauricio Macri se consolidó o fue rechazado en las urnas. El futuro está abierto, las fuerzas políticas populares ponen todo lo que tienen al asador, y será la sociedad argentina quien decida el rumbo de la Patria. Movidito, movidito.
Y ahí está ella. Cristina, de carne y hueso, una ciudadana más que pide que no voten por ella sino en defensa propia. Las encuestas en la Provincia, habrán leído todes, le (nos) dan bastante bien. Pero ojo al piojo, no nos pongamos triunfalistas porque falta mucho para octubre, y el macrismo tiene su estrategia.
Ya sabemos, el gobierno de Cambiemos no tiene nada para mostrar. Si venden la “recuperación” del INDEC o la salida del cepo como grandes logros de gestión, es porque los números de la economía y sobretodo su impacto sobre la vida cotidiana expresan una tremenda desazón en amplios sectores de la sociedad. Las cosas andan mal, y el gobierno lo sabe. Es por esto que apuestan, agazapados, a repetir el tándem odio-optimismo que resultó exitoso en 2015.
La fórmula es más o menos así: por un lado la tríada medios-servicios-poder judicial se dedicará exclusivamente a la campaña sucia, bombardeando al electorado con causas de corrupción, megaoperativos policiales, violencia social, fotos en bolas, titulares rimbombantes; todo todo todo apuntado a la figura de Cristina, el kirchnerismo, su banda de delincuentes, sus piqueteros, sus planes, sus pobres, sus sicarios, sus mafias, Irán, Venezuela, y todo lo que pueda meterse ahí en la cadena. Por otro lado, les candidates de Cambiemos saldrán a timbrear, a filmar videitos simpáticos, a vender un optimismo bobo que pretende convencer a la sociedad que la economía está repuntando, que vamos por el camino correcto, que confiemos una vez más, que hay que reafirmar el cambio, y que sarasa sarasa sarasa qué lindo es ver todo lo que estamos logrando juntes.
Nada está dicho aún, y el rol de la militancia, sabemos, es fundamental. Pero para eso es importante que interpretemos las estrategias de campaña. Las ajenas y las propias. Y que acertemos al mensaje. Hay que llevarse puesto el combo odio + optimismo, empujando el mensaje de la unidad ciudadana para frenar el ajuste. Un mensaje fundado en el dolor, y frente al dolor las certezas, y el compromiso de la esperanza.
El odio, el miedo y la bronca
Decía Jauretche que cuando la clase media está bien vota mal, y que cuando está mal vota bien. Eso explicaría, haciendo una extrema sobresimplificación, los motivos del voto macrista 2015. CFK afirma que ganaron porque cambiaron la correlación de fuerzas de la sociedad, que lograron mostrar como “normal” algo que era anómalo, extraordinario, pero no era magia. Ahora bien, la situación ya no es igual. El programa económico cambiemita ha generado súbitas penurias económicas a las familias argentinas que son un caldo de cultivo para el dolor, la desesperación, la bronca. Pensiones perdidas, sueldos que no alcanzan, facturas impagables, desempleo sin perspectivas futuras; y si no te gusta, decí si sos kirchnerista.
Si las volanteadas militantes sirven de diagnóstico, se percibe a lxs gorilas más sacadxs que nunca. La gente que odia a Cristina está enojada, mucho más que antes. Esto tampoco fue magia. Majul, Leuco, Van der Kooy, Fernando Iglesias, Morales Solá, Laura Di Marco, y un sinfín de operadores macristas repiten y repiten y repiten: CRISTINA PRESA, CRISTINA PRESA, CRISTINA PRESA; y sin embargo, no sucede. ¿Cómo que no desapareció de la faz de la tierra? ¿Cómo que no está presa? ¿Cómo que va a ser candidata? ¿Puede volver Cristina? ¿Vuelve?
No nos confundamos, no es que Majul está verdaderamente enojado y absorto porque Macri no metió presa a Cristina, porque la “levanta” para polarizar, porque sigue midiendo. La estrategia persecutoria y represiva es conjunta; sólo juegan el juego de las diferencias porque así funciona mejor. Mantener vivo el odio, para redirigir la bronca social.
Cristina es el cuco. Así lo ha expresado Lilita Carrió, la única candidata de Cambiemos que tiene luz verde para jugar el juego del odio. De cualquier modo, la mejor metáfora sigue siendo la del editorial de La Nación en respuesta al paro general de abril:
Durante 12 años se generó, desarrolló y ocultó un tumor gigantesco en el cuerpo social de la República. Ahora que llega el momento de extirparlo, se irrumpe en el quirófano y se acusa al cirujano de crueldad, pues el enfermo lucía mucho mejor cuando aún estaba en su casa, bien diferente que ahora, con un tajo en el abdomen, respiración artificial y las crueles manchas de la sangre.
El kirchnerismo es un cáncer, un tumor a ser extirpado, y estas elecciones son cirujía mayor; la sociedad tiene que hacer un esfuerzo, bancarse el dolor sin anestesia, porque vamos, ¿quién ha visto una operación quirúrgica sin sangre ni secuelas? No puede ser fácil ni gratis sacarse de encima tanto populismo. ¡Ah, pero lo que vendrá! Con el populismo fuera de escena, con Cristina derrotada y presa, podemos soñar en grande; podremos ser Dinamarca, Suecia, Australia o Corea del Sur.
Pero no es sólo el kirchnerismo. Dice la Revista Crisis en su último manifiesto que la reacción al fallo Muiña del 2×1, incluso las últimas movilizaciones del #NiUnaMenos fueron abrazadas por el macrismo valiéndose de un poderoso consenso punitivo, meta ideológico y transclasista. Durante 12 años, mientras gobernábamos y ampliábamos derechos, se fue tejiendo ese sutil sentido común contra el piquete, contra el plan, contra los chorros, contra el otro.
Repasemos sólo en 2017 la cobertura mediática de los casos Micaela y Araceli, del recital del Indio Solari, de la represión en la 9 de Julio. Esta semana, la vergonzosa puesta en escena del “Polaquito” en el programa de Lanata es un ejemplo más del banquete punitivo del que come Macri, ahí sentado entre Feinmann, Baby Etchecopar, y otras miserias fascistas. Pero como bien dice la Crisis, ese consenso punitivo es poderoso, es meta ideológico, es transclasista. Y ahí hay mucha bronca acumulada. El desafío macrista es apuntar esa bronca contra los movimientos sociales, contra Zaffaroni, contra la militancia, contra el peronismo, contra Cristina.
El optimismo
El complemento del odio son, claro, los globitos de colores. El optimismo como prisma que permite ver el vaso medio lleno, que nos hace caminar por la vida despreocupadxs porque todo saldrá bien. Por ejemplo, en la visita de Macri a Cañuelas, donde charlando con los dueños de una parrilla, dice: “Todo eso es lo que vos lográs con tu esfuerzo…Si vos tenés un rol, y sos también protagonista de lo que se está haciendo, esto es lo que te hace sentir bien” (?).
De algún modo, el macrismo recuerda a los Refutadores de Leyendas, personajes míticos imaginados por Alejandro Dolina, en su eterno enfrentamiento contra los Hombres Sensibles de Flores:
Los Refutadores de Leyendas se alegran de la dinámica universal y esperan el futuro con impaciencia. – Saluden a los nuevos tiempos! – gritan- . El mundo marcha hacia adelante. Marchan ustedes a contramano de la historia- rugían los Refutadores [a los Hombres Sensibles] . Y era cierto. Pero siempre es recomendable recorrer la vida a contramano, sobre todo si uno sospecha quién ha puesto las flechas del tránsito.
Las fotos de Macri con extraños aparejos de realidad virtual, la gilada de volver al mundo, el cholulaje de los presidentes extranjeros, su fascinación con las empresas “unicornio” (MercadoLibre, Taringa, etc.), el boludeo con el Spinner. Marcos Peña lo repite incansablemente: el kirchnerismo es cosa del pasado, está viejo; saludemos a los nuevos tiempos, hagámonos amigos del Siglo XXI. Más profundamente, el macrismo viene a refutar otras leyendas: los sindicatos, la lucha de clases, el conflicto, el peronismo, el combate a la desigualdad, la redistribución de la riqueza, el enfrentamiento con los factores de poder. Son para el mantra cambiemita falsos conflictos, innecesarios. Con el diálogo y el consenso la Argentina puede salir adelante.
Terry Eagleton, marxista y crítico literario inglés, escribió recientemente un libro titulado “Esperanza sin optimismo”, buena fórmula para tener en mente. Dice sobre la banalidad del optimista:
El optimismo está más relacionado con la confianza que con la esperanza. Se basa en la opinión que las cosas tienden a salir bien, no en el exigente compromiso que entraña la esperanza… Un optimista es más bien alguien con una actitud risueña ante la vida simplemente porque es optimista. Prevé que las cosas van a resultar de forma favorable porque él es así. Como tal, no se da cuenta de que hay que tener razones para estar feliz. Por tanto, el optimismo profesional no es una virtud, como tampoco lo es tener pecas o pies planos. Simplemente es una peculiaridad del temperamento. “Mira siempre el lado bueno de las cosas” tiene tanta racionalidad como “hazte siempre la raya del pelo en medio” o “quítate el sombrero respetuosamente ante un lebrel irlandés”. De hecho, el optimismo es un componente típico de las ideologías de las clases dominantes… Cuanto más necesaria es la verdadera esperanza es cuando la situación es más extrema y revista una gravedad que el optimismo se suele resistir a reconocer.
La gravedad de la situación social actual es imposible de comprender para un gobierno de ricos. Cierto, seguramente miran los números del INDEC o de la UCA, pero en el fondo no les importa. Su objetivo es flexibilizar, bajar costos, ajustar y fugar. No pueden decirlo porque en la Argentina poskirchnerista, “neoliberal” es mala palabra. Entonces el optimismo, basado en entelequias como el segundo semestre, la lluvia de inversiones y los brotes verdes. Vidal sonríe, Bullrich sonríe, Macri sonríe. Sonrían que se va todo al carajo, saquemos una #AgradeSelfie.
Habla el presidente con Sergio, un votante desilusionado que, como bien resaltó Nicolás Tereschuk, ya no va al supermercado sino al mayorista (le desorganizaron la vida), y el presidente le pide tiempo. Paciencia. Que espere, que todo va a salir bien. Lo que más lo enoja a Sergio, como al carnicero de la infancia de María Eugenia Vidal, es que “se robaron todo”. Hoy estoy mal, y encima no la devuelven. Esa extraña fórmula matemática que dice que “se robaron un PBI” y que “lo que se robaron es lo que te falta”. Pero el presidente quiere que lo banquen, que lo esperen, que vean el vaso medio lleno (“¿no sentís que la inflación paró un poquito?” le pregunta a Sergio), que estamos mal, pero vamos bien.
El combo es odio y optimismo; y funciona. Cuidado, a no subestimar, que es un plan bien pensado y profesionalmente ejecutado. Nada más sencillo que burlarse de Durán Barba. Pero Cristina entendió, antes que nadie, que hacer antimacrismo a secas no alcanza. Por eso Unidad Ciudadana, por eso Arsenal, por eso Mar del Plata. Pongamos el ojo ahí.
La esperanza (sin optimismo)
Una de las claves fundamentales de la campaña de CFK en este 2017 es elaborar sobre el dolor. El 2011 también tenía algo de eso. Luego de la muerte de Néstor, la consigna en los barrios era #FuerzaCristina, la fuerza de lxs trabajadores, la fuerza de la militancia, la fuerza de la ciencia, la fuerza de la familia, la fuerza de un Pueblo.
El dolor es espinoso, porque se conecta fácilmente con el odio, el miedo y la bronca. En nuestro pueblo, en nuestras bases militantes, hay mucha bronca con Macri. Incluso los derechos que no hemos perdido en primera persona nos duelen. Nos duele el ARSAT, Tecnópolis, Milagro Sala, el PROGRESAR. Cada día se pierden derechos, y la militancia kirchnerista es la primera en enterarse y alarmarse. Pero explicarle a unx ciudadanx lo que significa la privatización de ARSAT requiere paciencia y templanza. La bronca y el enojo llevan a la desesperación, y no podemos ser militantes desesperadxs. Porque entramos en el juego del adversario, y hay que transmitir otra cosa. La tarea de la hora es sacarse la mierda y escuchar el dolor del otro.
De Arsenal a Mar del Plata hubo dos cambios fundamentales en el discurso de CFK. Primero, los testimonios en primera persona. En Sarandí, Cristina subía personas al escenario, pero hablaba en su nombre. La voz de los sin voz, o algo así. En La Feliz, en cambio, circuló el micrófono. Incluso hizo subir una trabajadora que no estaba pautada, pero que a fuerza de pegar gritos, logró llamar la atención de la ex-Presidenta. Horacio González lo describió como el “gérmen vivo de un acto pedagógico que potencialmente contenía una asamblea o un mitín de comuneros libres”.
El segundo cambio fue el llamado al voto y la esperanza. Cristina pidió no votarla a ella, sino votar como acto defensivo, en defensa propia. Una suerte de voto útil. El voto ciudadano como herramienta de un pueblo para hacerse oír ante un gobierno que no escucha. También habló de la esperanza:
Si lxs ven tristes, desesperanzadxs y desunidxs, este gobierno va a hacer cualquier cosa. Por eso mi misión es darles esperanza. Una esperanza. Yo estoy en esta campaña por una sola razón, para darles fuerza y esperanza y que estén todxs unidxs. Es lo único que me mueve a estar acá, transmitirles fuerza y esperanzas y que estén todxs unidxs.
La esperanza que nace como fuerza para articular el dolor de lxs ajustadxs. Volvamos a Eagleton: la esperanza no es optimismo, aunque vayamos primerxs en las encuestas, aunque Cristina pueda ganar. La esperanza es un exigente compromiso. Dice el marxista inglés:
La esperanza auténtica debe estar basada en razones. Debe ser capaz de seleccionar las características de una situación que la hacen creíble. De lo contrario, no es más que un presentimiento, como si estuviéramos convencidos de que hay un pulpo debajo de nuestra cama. La esperanza debe ser falible, mientras que la alegría temperamental no lo es… La esperanza implica una suerte de trama o proyección, en el sentido de una articulación imaginativa del presente y el futuro.
La esperanza debe estar fundada en razones. La esperanza como “espera” no es más que optimismo; la esperanza sin acción desmoviliza, es crédula y débil; es Diego Torres. Apunta en nuestros debates el compañero @militancio que transmitirle esperanza a la sociedad es cargar demasiado sobre nuestros hombros; que lo que debemos transmitir es el compromiso, la responsabilidad de la esperanza. La esperanza es, como dijo CFK numerosas veces, la organización. Si nos ven tristes, si nos ven desorganizadxs, nos llevan puestxs.
Ese es el llamado a la unidad ciudadana. A participar, a colaborar, a alzar la voz y ser parte de una organización del porvenir. La participación popular, ciudadana, será lo que construya esa nueva mayoría futura. Porque Cristina sola no puede, no alcanza. Última cita de Eagleton:
Es cierto que el futuro no existe, como tampoco existe el pasado; pero de forma similar a como el pasado sigue vivo en sus efectos, el futuro puede estar presente como potencial. La potencialidad es lo que articula el presente con el futuro, y pone así la infraestructura material de la esperanza.
Estamos convocadxs a articular la infraestructura material de la esperanza. Sabemos que algo mejor hubo, que no fue suficiente, que no alcanzó, pero que sigue vivo en sus efectos. El empoderamiento popular, las grandes oleadas de movilizaciones que vivimos en este año y medio, son efectos de una década de derechos conquistados. Tal como las luchas de los ’90 fueron las conquistas de los 2000, las luchas del presente anuncian los derechos que conquistaremos en el futuro.
El programa de Unidad Ciudadana no debe ser leído como promesas de campaña, ni como un compromiso electoral, sino como un punto de partida de todo lo que podremos empujar, desde la calle y el parlamento, en los dos años de lucha que se vienen. Las elecciones, por lo pronto, son una ventana para plantarnos y decir que NO. NO al ajuste, NO a este programa económico. Esta tristeza no puede ser. En palabras de Morales Solá: “Un triunfo de Cristina en la provincia de Buenos Aires, aunque fuere por un punto, frenaría en seco el programa político y económico de Macri”. Eso sí que es motivo para la esperanza.
Manuel Saralegui
Sociólogo