Jerónimo Carrera*
“Es en este singular cuadro económico-social que ha entrado en juego la ideología bolivariana, someramente definida como rescate inmediato de la soberanía popular en lo interno y de la soberanía nacional en lo externo.”
Si lo que está en marcha actualmente aquí en Venezuela es o no una revolución, como todavía lo discuten algunos antiguos comecandelas de izquierda que hoy son aplaudidos de manera frenética nada menos que por la extrema derecha, nadie podría seriamente negar que la creciente confrontación con Washington le ha venido imprimiendo un evidente rumbo revolucionario.
Por eso se hace cada día más necesario un enfoque correcto en lo ideológico –y en especial para quienes nos definimos básicamente en tal sentido como marxistas- del pensamiento y obra de Simón Bolívar.
Guste o no, la denominación de revolución bolivariana se ha impuesto internacionalmente. Desde un punto de vista de clase, según la terminología clásica de Marx, esta revolución que orienta Hugo Chávez no es ni proletaria ni burguesa, y tampoco una revolución campesina. Curiosamente, la han generado unas capas medias de la población, pese a que la propaganda reaccionaria se complace en repetir que Chávez “ha destruido a la clase media” con sus “políticas populistas”, es decir, a favor de los de abajo.
Pero lo cierto es que en Venezuela ahora gobiernan sectores de lo que podemos llamar una pequeña burguesía rural, o mejor dicho, aldeana. Son gobierno hijos de pequeños funcionarios, de maestros rurales como es el caso de Chávez mismo, que llegaron a la academia militar o a una universidad por la vía de las “palancas” y las becas.
La burguesía venezolana en los últimos treinta años se fugó hacia el Norte, junto con sus capitales todos malhabidos, y el proceso de desindustrialización subsiguiente acabó prácticamente con la todavía escasa clase obrera que teníamos. Lo que nos ha quedado es un país de pobres, de desempleados, de esos que ahora llaman excluidos, ya que ni explotados pueden ser por falta de patronos. En fin, un capitalismo de miseria montado sobre una inmensa riqueza petrolera.
Es en este singular cuadro económico-social que ha entrado en juego la ideología bolivariana, someramente definida como rescate inmediato de la soberanía popular en lo interno y de la soberanía nacional en lo externo. Planteamiento que ha repercutido de modo profundo, y a la vez, en el pueblo y en las fuerzas armadas.
Hay algo que es fundamental para explicar la diferencia entre esta revolución venezolana y las similares, en cuanto a participación del ejército al lado del pueblo, que ha habido en nuestro continente y en otras partes del mundo. Y es que la nuestra no está impregnada de nacionalismo, sino más bien de internacionalismo. Esto es lo que caracteriza, creo yo, mejor que nada, el pensamiento de Bolívar.
A medida que estudiamos más a fondo las ideas y la acción de este revolucionario caraqueño, cuyo nacimiento el 24 de julio de 1783 se ha celebrado ayer con renovadas esperanzas en la unificación que él trató de lograr, tenemos que asombrarnos de su universalidad, de su avanzado humanismo.
En este contexto, considero muy oportuna la aparición reciente del libro La raíz robinsoniana de la revolución bolivariana en Venezuela (Edición del Instituto Municipal de Publicaciones, Caracas 2004, 318 págs.), de mi distinguido amigo el profesor Max Robinson, de origen canadiense y ahora ciudadano venezolano. En esta obra se profundiza en el análisis de las ideas bolivarianas a través de los escritos de Simón Rodríguez, aquel incomparable guía ideológico que tuvo Bolívar en su juventud, y quien bien merece ser calificado de precursor del socialismo.
Sin duda, la ideología bolivariana es revolucionaria, de contenido antimperialista y de la más auténtica izquierda, siendo al mismo tiempo cristiana y marxista. Un fenómeno enteramente nuevo, en suma.
*Jerónimo Carrera, periodista venezolano.
(Publicado en el Semanario La Razón, N° 498, Caracas, domingo 25 de julio de 2004)