En América Latina pareciera que las tragedias no se repiten como farsa sino como nuevas tragedias.
El neoliberalismo es una variante del capitalismo imperialista en el cual, si se ve afectado en sus intereses por el desarrollo de los sectores populares, se quita la careta “democrática” y apela a su esencia política expresada en el fascismo. En el pasado siglo XX, era sobre el “cuco” del comunismo donde se montaba cualquier tipo de justificación para no respetar el sistema democrático en Latinoamérica, y desde allí legitimar las dictaduras terroristas al servicio de EEUU. Hoy, luego de más de tres décadas de recuperación democrática en el continente, el “imperio” volvió a los antiguos métodos de la violencia golpista tradicional. Evo Morales y todos los miembros de su gobierno fueron destituidos por el paroxismo racista y neonazi de la extrema derecha boliviana, las Fuerzas Armadas y los opositores neoliberales, que a su vez contaron con el apoyo implícito de la política exterior norteamericana. Un país con una gestión incuestionable, con una exitosa política económica, con un desarrollo admitido por todos los organismos internacionales y una notable distribución del ingreso, no tenía manera de ser desestabilizado sino por medio de un golpe cívico-militar al mejor estilo del “plan cóndor” de la segunda mitad del siglo pasado. El gobierno de Evo Morales, además de sus logros en materia económica, intentó por primera vez en el plano socio-político y cultural la constitución de un Estado plurinacional en el que se sintieran representadas todas las naciones preexistentes a la propia independencia que aun hoy integran el Estado de Bolivia. Indudablemente, la gestión del Movimiento al Socialismo fue por lejos el mejor gobierno de la historia boliviana y con objetivos mucho más virtuosos que los planteados en el año 1952 por el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Víctor Paz Estenssoro.
En el presente, asistimos tristemente a una clara continuidad de la política de intervención directa de EEUU en el contexto interno de cada uno de los países de América Latina. El golpe llevado a cabo el 10 de noviembre de 2019 contra el presidente democráticamente electo Evo Morales, muestra claramente hasta donde es capaz de lastimar la “garra” del águila norteamericana. El continente fue agredido en medio de luchas por el retorno del progresismo. Por ende, no fue casualidad que semejante accionar fuera llevado a cabo en medio de una factible alianza entre el México de López Obrador y la Argentina de los Fernández, en el momento de la salida de Lula y su retorno a la política en el Brasil de Bolsonaro, y en medio de los conflictos en Chile y Ecuador, lo que hizo pensar que todas estas acciones dejaron una clara evidencia que EEUU, como “el diablo”, metió la cola.
Ahora bien, si se considera que estos hechos son de una extrema gravedad, también debe denunciarse la lamentable actitud del gobierno argentino de Mauricio Macri. Su indiferencia ante el peligro de los hechos ocurridos en Bolivia, la falta de una condena oficial al golpe cívico-militar en el país hermano, y la negación de la diplomacia argentina de ayudar a los perseguidos de la administración del MAS, muestra de manera transparente la posición del macrismo ligada a los intereses imperialistas. Vergüenza dio el accionar del gobierno argentino, y vergonzante también fue el alineamiento de los medios de comunicación concentrados (léase grupo Clarín y La Nación) con los intereses estadounidenses, difundiendo en sus canales de comunicación la absoluta negación del golpe militar y solo afirmando la renuncia del presidente de Bolivia. Al igual que en 1976 en Argentina el diario clarín tituló al día siguiente del golpe cívico-militar del 24 de marzo, “cambio de gobierno”, al siguiente día del derrocamiento de Evo Morales, puso en su tapa “Evo Morales renunció, denunció un golpe y que pidieron su captura”, como si los hechos en cuestión hubieran carecido de total importancia y gravedad. Un triste retroceso que evidencia la vieja alianza entre la violencia de la derecha anacrónica y los medios de comunicación para naturalizar la instalación de los Terrorismos de Estado.
El golpe contra Evo Morales vuelve a demostrar que EEUU no es un país democrático, es un país profundamente imperialista. Al parecer, el ascenso de Trump y su nefasta política exterior hizo caer su careta de la defensa de las democracias en América Latina. EEUU recuperó su innegable rol imperial y lo mostró en su forma más brutal. Ante la imposibilidad de derrotar a Evo en las urnas puso en marcha los mecanismos de intervención más cruentos al mejor estilo del Chile de 1973, Argentina de 1976 y demás injerencias que vinieron a detener el desarrollo de las naciones de América Latina. Hoy fue Bolivia, pero si esto no se logra revertir, todos los países del Tercer Mundo quedarán en riesgo de padecer las “nuevas políticas del garrote” estadounidense. Para poder evitar que los objetivos tácticos y estratégicos del imperialismo norteamericano se lleven a cabo, la lucha debe ser permanente en el campo de la batalla cultural. La resistencia a la penetración cultural del capitalismo neoliberal e imperialista, estará en volver a plantear las virtudes y los valores de lo colectivo, de lo solidario, de la justicia y la igualdad, por sobre el egoísmo individualista y la injusticia social que se difunde en los medios del sistema establecido. Siempre es mucho lo que queda por hacer…
Claudio Esteban Ponce. Historiador