Edgardo Rozycki*
Sólo la construcción de abajo hacia arriba, con democracia participativa, y abarcando extensamente a las organizaciones populares, nos permitirá revertir la crisis a favor del pueblo.
Nadie que lea con interés las páginas de una publicación como Tesis 11, puede atesorar el quántum de ingenuidad suficiente como para pensar que un gobernante, o un gobierno, puede desarrollar su gestión con independencia de las características históricas, sociales, políticas y económicas que lo rodean. Y si nos referimos a esta última expresión, podríamos intercambiarla con otras similares, como por ejemplo: “lo cercan”, “lo acotan”, “lo condicionan”, “lo atenazan”, e, incluso, como nos ha sucedido hasta en democracia, “lo destituyen”.
No voy a enumerar nuevamente los pros y los contras del gobierno de Kirchner —como lo hiciera en un artículo aparecido con anterioridad en esta publicación—, pero quiero destacar nuestro apoyo al proceso latinoamericano de corte netamente antineoliberal, a la política de derechos humanos y a la ausencia de una represión institucionalizada desde el gobierno nacional frente a las luchas populares, entre otros aciertos.
Sin embargo, creo que sin un cambio de perfil en lo que a recaudación impositiva se refiere, sin redistribución del ingreso, sin democratización de las organizaciones de los trabajadores, y de las de la república en general, y sin la nacionalización de nuestros recursos energéticos, también entre otros aspectos pendientes, el cambio que podemos esperar, va a ser más del ámbito de un cosmetólogo que del de un cirujano.
Y, ¿alguien duda que necesitamos cambios profundos?
Néstor Kirchner goza de una amplia aceptación por parte de la “opinión pública”, una especie de entelequia sociológica ésta que puede garantizar más de una elección, pero a la hora de defender organizadamente a un gobierno en peligro, estará ausente o expresará su protesta desordenadamente, sin más consecuencias que alguna primera plana en los diarios.
Tomemos el ejemplo de lo sucedido el 19-20 de diciembre del 2001. La opinión pública, “la gente”, sin organización, se enfurece, explota, y, a pesar de la feroz represión, enfrenta, lucha, desborda las calles y avenidas al grito de: “Piquete, cacerola, la lucha es una sola”, la multitud se vuelve incontenible y derriba a un gobierno. Esto lo vivimos.
También vivimos el segundo tiempo de este partido, esa incontenible reacción popular no pudo imponer un gobierno que defendiera sus intereses. Se transformó el inmenso rugido: “Que se vayan todos”, en un soterrado y seductor: “Aquí nos quedamos”.
No hubo una sola organización popular que pudiera encabezar y organizar la protesta. Por tanto, arribamos a la siguiente conclusión: Nosotros pusimos la sangre y los huevos-ovarios en la calle; los dólares se lo llevaron ellos, y el pueblo quedó más sumergido que antes.
Si bien el gobierno cuenta con algunas organizaciones del campo popular, como Movimiento Libres de Sur, Federación de Tierra y Vivienda, Movimiento Evita, Frente Transversal Nacional y Popular, de Edgardo Depetris, etc., que lamentablemente ya divergen en el apoyo a los candidatos a jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ninguno de éstos enrolados en el campo popular, por otra parte, no alcanzan para garantizar la defensa de un gobierno decidido a profundizar las medidas más relevantes que beneficien al pueblo, si ése fuera el caso.
Más aún, si consideramos que en las decisiones más significativas no se consulta ni a las organizaciones, ni al pueblo y, ni siquiera, a los estamentos republicanos.
Las políticas del país se deciden entre tres, cuatro o cinco personas, como máximo.
En síntesis: sin voluntad política de cambios profundos (según lo expresado por el Presidente en su discurso de asunción el 25 de Mayo del 2003), sin democracia participativa para que el pueblo y sus organizaciones impulsen y sostengan políticas de cambio, seguimos más cerca de lo cosmetológico que de lo quirúrgico.
Es cierto que este gobierno, con la correlación de fuerzas que operan dentro del país y en el plano internacional, no puede encarar los cambios de fondo que el campo popular requiere.
Pero no es menos verdad que, lejos de buscar el apoyo de las organizaciones honestas y luchadoras (la Central de Trabajadores Argentinos —CTA— sigue sin personería), sostiene a rajatabla al “compañero” Moyano y a otros similares, que le garantizan no superar la pauta de aumento salarial, fijada por el gobierno en contra de los bolsillos de los trabajadores.
¿Otra vez sopa?
La frase de Mafalda sigue vigente. ¿Telerman?, ¿Filmus?, ¿Macri?
¿Otra vez el menos peor?
Confieso algo que ya no me causa rubor: Si en el 2003, en lugar de Ibarra hubiera ganado Macri, ¿hubiera sido muy distinto todo?
¿Hay algo nuevo?
La Corriente Germán Abdala, de la CTA, luego de múltiples reuniones, acotadas en un principio a sus integrantes, y abriéndose y convocando luego a distintas organizaciones populares (a todas ellas fue invitada Tesis 11), ha decidido lanzar un movimiento político social en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires.
El último encuentro realizado en el Casal de Catalunya suscitó un fraternal debate con referentes del campo popular. Estuvieron presentes además de Claudio Lozano y otros compañeros de la CTA, Carlos Heller y Edgardo Forn, dirigentes cooperativos, Humberto Tumini, de Libres del Sur, Héctor Polino y Roy Cortina del Partido Socialista, Carlos Chile del Movimiento Territorial de Liberación, la funcionaria Gabriela Cerruti, Pablo Galetti de Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios —APYME—, compañeros radicales y otros.
En esa reunión se decidió trabajar en la organización de un movimiento popular, independientemente de la posición que cada uno tome frente a la elección que se llevará a cabo en nuestra ciudad.
El Movimiento por Buenos Aires, impulsado por la Corriente Germán Abdala, que debió inscribirse formalmente como Partido Buenos Aires Para Todos, decidió proponer como jefe de gobierno al compañero Claudio Lozano, a quien lo acompañará en la fórmula María América González, reconocida militante del ARI, que no aceptó la “oliverización” y “bullrichización” de su, a veces esotérica, jefa, y también conformó la lista de los candidatos a legisladores.
Todo esto se decidió a través de un mecanismo simple de democracia participativa. Cada barrio o comuna se reúne a discutir sus propuestas y sus actividades, y los martes se vuelcan, debaten y deciden en la asamblea de toda la ciudad.
Se están realizando reuniones públicas, se levantan carpas en las plazas, cuando el tiempo lo permite, y cuando no, se llevan a cabo reuniones en lugares cerrados. El objetivo es consultar a los vecinos para que entre todos sea posible elaborar una carta de prioridades, para elaborar con ella los objetivos de nuestra acción política. .
La democracia participativa, la construcción del movimiento de abajo hacia arriba, el contacto directo entre los militantes de base y los militantes dirigentes habrá de garantizar su crecimiento.
Estamos demasiado cerca del doloroso fracaso en que resultó el “Llamamiento de Rosario” como para equivocarnos nuevamente.
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Independientemente de lo que votes el 3 de junio, acercate luego para construir lo que hace tanto tiempo nos debemos: el Movimiento Político Social y Cultural que impulse y sostenga los cambios necesarios para revertir la crisis a favor del pueblo.
*Edgardo Rozycki, médico, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11