LAURA RETA* Y FLORENCIA RODRIGUEZ*
«Pongo más leños al fuego y pienso que soy como un recluso que quiso saltar la cerradura de su calabozo y a quien, después de ciertas escaramuzas, le está permitido pasearse por la cárcel, conversar con los presos en sus celdas y luego sentarse a esperar frente a la puerta. Porque es allí afuera donde está la libertad ».
Mercedes Valdivieso
Los movimientos populares tomaron un renovado impulso a partir de diciembre de 2001, reclamos viscerales, reclamos viejos y reclamos nuevos se hicieron eco. El movimiento de mujeres no fue ajeno a la nueva coyuntura de movilización social y popular, nuevas organizaciones dirigidas específicamente a las problemáticas de las mujeres surgieron como respuesta a una necesidad, una demanda de cambio no sólo en relación al trabajo, sino también en relación a la salud, la violencia, la prostitución, el aborto, etc.
Se lograba renovar una vez más este movimiento que ya había crecido notablemente desde la vuelta de la democracia y más específicamente desde mediados de los ’80.
Partimos de la hipótesis que le adjudica al movimiento de mujeres una concepción distinta de concebir la política y el poder. Es que, efectivamente, el movimiento de mujeres tiene ciertas particularidades que no deben ser dejadas de lado con el fin de no subestimar los enormes logros que éste ha alcanzado y su potencial transformador en la vida de las mujeres y de nuestra sociedad en general. Nos referiremos únicamente a Argentina, pero probablemente muchas de las ideas aquí trazadas podrían ser aplicadas en otros países, principalmente los de nuestra Latinoamérica.
El movimiento de mujeres es amplio y heterogéneo, dinámico pero al mismo tiempo sólido.
La identidad de género es el factor aglutinador, existen ciertas trayectorias de género que se repiten, que
las mujeres compartimos por el simple hecho de serlo. El discurso hegemónico, receta construida con
ingredientes de origen religioso, científico y jurídico, intenta agrupar de manera esencialista los rasgos o
características «naturales» de las mujeres. Pero la identidad de género, como todas las identidades y en
tanto constructo colectivo, está en permanente pugna y es uno de los caballitos de batalla del movimiento
de mujeres. Entonces, estando basado en la identidad de género es al mismo tiempo dinámico y estable;
nos une sabernos mujeres, pero dicha categoría está en permanente discusión (esto es claro en el debate
al interior del movimiento que ha generado la demanda de transexuales de ser consideradas mujeres).
Es importante tener claro que si el movimiento de mujeres es heterogéneo, se debe a que existen otras variables que se cruzan, que diferencian en su interior y que le otorgan mayor complejidad, una complejidad que es inhallable en otros movimientos sociales y populares. Es innegable que la variable género es transversal a todos los campos sociales, las problemáticas que surgen de lo que llamamos el sistema de género se perciben en la política, en las organizaciones sociales, en la educación, en la producción, etc.
Sin embargo, no es aconsejable aislar al género de otras variables también importantes como la clase.
La identidad del movimiento de mujeres está construida por lo que significa «ser mujeres» hoy, las
significaciones que posee dicha identidad son ellas mismas parte de la lucha del movimiento, e incluso al
interior de él. Así como no existe una identidad de lo femenino estable, innata, tampoco existe un movimiento
de mujeres homogéneo.
La heterogeneidad es puesta en escena viva en los Encuentros Nacionales
de Mujeres que se vienen desarrollando desde hace 22 años. Hay allí un espacio muy valioso para el
movimiento de mujeres, un encuentro de miles de mujeres distintas: mujeres intelectuales, obreras,
campesinas, originarias, artistas, desocupadas, militantes, estudiantes. Aislar la variable género es aislar
al movimiento de mujeres de otros sectores oprimidos, sin olvidar su efecto homogeneizante. El feminismo
ha hecho una magnífica crítica a las ideas de igualdad y universalidad, entonces no dejemos que la misma lógica que toma al Hombre como referencia universal penetre en nuestras concepciones y organizaciones.
Creemos necesario incluir en la praxis política del movimiento de mujeres las cuestiones de clase, etnia, opción sexual y «raza»1 porque son todas ellas variables que refieren a una situación de opresión, jerarquía y discriminación.
Probablemente la utilización del género como único factor unificador fue necesario en una etapa por necesidades socio históricas y teóricas, pero debemos sincerarnos y asumir las diferencias al interior y no sólo hacia el «afuera». Según la historiadora Graciela Tejero Coni2, «toda mujer debe tener un espacio
de pertenencia de género, no necesariamente al interior de las organizaciones de clase».
Las organizaciones obreras, estudiantiles, etc. son un frente, un espacio de discusión de temas que se
circunscriben a cierta actividad, pero la pertenencia de género, como variable que atraviesa todos los espacios diversos en los que están inmersas las mujeres, debe tener un espacio propio en el que ese sea el
factor aglutinante. Al respecto, dice Tejero Coni: «Las mujeres recorremos todos los sectores sociales, por
esto es muy difícil que como movimiento tengamos las mismas características que los otros movimientos
sociales; nos atraviesan todas las contradicciones que viven lo hombres más las de vivir en un sistema patriarcal. Hablamos de la necesidad de organizaciones específicas de mujeres.
En este sentido, las reivindicaciones de una mujer obrera no son las mismas que las de una mujer campesina, indígena, desocupada, una artista, intelectual, estudiante, joven o niña. En esta vinculación de campesina mujer, no hay una mujer y una campesina, o una mujer y una artista, sino que hay una mujer campesina y una mujer artista », el resultante es otra cosa que la suma de las partes, este cruce hace a la especificidad.
Pensar en una unión real y orgánica del movimiento de mujeres en su totalidad es una utopía, sino una ingenuidad, pero lo que sí son posibles son las alianzas estratégicas que las distintas organizaciones hacen entre ellas. Para ello sirve la construcción de una identidad de las mujeres alejada de la concepción
hegemónica y que contemple las diferencias de clase, etnia y opción sexual: para luchar por causas comunes, para aliarse coyunturalmente, para establecer lazos de solidaridad.
El carácter ecléctico del movimiento le da a éste plasticidad y capacidad de adaptación a la coyuntura y, además, abre un abanico de posibilidades, de caminos y de luchas.
Visualmente, podría entenderse como múltiples trincheras, frentes de acción que se despliegan: desde
las organizaciones no gubernamentales, los grupos de militancia feminista, las iniciativas artísticas y culturales, desde los partidos políticos y los sindicatos, desde las agrupaciones estudiantiles, desde el trabajo
barrial se puede y debe dar batalla a la reproducción del sistema patriarcal y capitalista. En lugar de
ver esta diversidad de manera negativa, como un signo de debilidad que le quita potencia al movimiento
de mujeres, proponemos apropiarnos de esta propiedad inevitable y jugarla a nuestro favor, desplegando
un conjunto acciones y estrategias.
Por un lado, es necesario tejer redes más fuertes entre las organizaciones del movimiento; las organizaciones feministas principalmente conformadas por sectores medios y las populares deben acercarse con el fin de fortalecerse mutuamente. Por otro, y atendiendo a esta multiplicidad de trincheras de la que hablábamos más arriba, propugnamos el entramado de estrategias y alianzas del movimiento de mujeres junto con otros sectores sociales y populares.
Al visualizar estas propiedades, el movimiento de mujeres, y el feminismo que es parte, debe construir
una concepción de la política que necesariamente ampliará la tradicional elaborada en las democracias
occidentales por el sistema de partidos durante el siglo XX.
Si enmarcamos a la Segunda Ola feminista de los ’60 en Europa dentro de la eclosión social de los llamados «nuevos movimientos sociales» (movimiento estudiantil, ambientalista, pacifista) podemos entender esta ampliación del espacio político que realiza, sobre todo, el feminismo.
La concepción hegemónica de la política se torna limitante y restrictiva a la hora de analizar los procesos sociales a la luz de las relaciones de género. La consigna «lo personal es político» resume esta idea que produce el estallido de la división histórica entre el espacio público y el privado. En estas décadas las mujeres llevaron lo aparentemente privado e íntimo hacia las calles para demandar sus derechos.
El movimiento de mujeres amplía las nociones de la política, no se reduce a las reivindicaciones laborales y salariales, sino que suma otras como las relacionadas con la salud reproductiva y la violencia.
La definición de la política desde los partidos políticos y los sindicatos sigue siendo restrictiva en cuanto a la
incorporación de conceptos feministas o de la perspectiva de género.
Pueden visualizarse en el movimiento de mujeres ciertos rasgos de horizontalidad y fusión de roles que evidencian una distribución más uniforme del poder.
Tomando como ejemplo los arriba mencionados Encuentros Nacionales de Mujeres, donde se alcanza el pico de movilización y agrupamiento a nivel nacional, puede percibirse una forma no jerárquica de concebir al poder: estos encuentros son organizados por una comisión organizadora integrada por mujeres residentes de la ciudad o localidad donde se desarrollan, esto implica que cada año dicha comisión es renovada ya que una votación masiva en cada encuentro decide la sede del siguiente. Algunos sectores han propuesto establecer una Comisión o Junta estable pero dicha propuesta ha sido rechazada hasta ahora por el grueso del movimiento. Un tema cada vez más discutido es el carácter no resolutivo de los Encuentros, que los diferencia de las modalidades de las asambleas y los congresos; aproximadamente 50 talleres se conforman cada año con diversas temáticas, los cuales son dados por terminados cuando se elaboran las conclusiones donde deben verse contempladas todas las opiniones expresadas en el transcurso de los talleres.
Esta modalidad tiene falencias evidentes pero permite no dejar silenciadas ciertas voces que son generalmente obviadas en sus contextos habituales.
Obviamente, no hay intención en las autoras de sacralizar los métodos y formas organizativas del movimiento de mujeres así como tampoco de obviar las debilidades, todavía hay numerosas cosas por modificar o emprender. Aquí algunas que creemos importantes:
! Alianzas con otros sectores y organizaciones sociales, aunque sin perder autonomía. Fin del aislamiento.
! Mayores debates públicos y con participación popular.
! Mayor conexión entre las feministas académicas y las bases populares.
! Resolución de problemas de representatividad ante el Estado. Cómo negociar con el Estado sin
caer en la conformación de una cúpula relativamente permanente y burocratizada, ligada a la concepción institucional de la política como sucede en otros movimientos o en partidos políticos.
! Necesidad de resistir las seducciones desde los gobiernos con fines de cooptación política. Autonomía frente al Estado, así como de partidos políticos.
! Inserción del feminismo/perspectiva de género en partidos políticos y sindicatos, así como toda organización
social popular. El objetivo de este artículo ha sido el de aportar a los debates que involucran al movimiento de mujeres. Estos aportes parten de una perspectiva particularmente cercana a las problemáticas de las
mujeres, no sólo porque lo somos, sino porque nos consideramos parte de este movimiento que lucha por saldar una de las deudas más antiguas de la historia. Esperamos que funcione como disparador tanto
de debates al interior del movimiento como de reflexiones de mujeres y hombres que todavía no se
han acercado a estas cuestiones.
Notas
1- «En este texto colocamos comillas a la palabra raza partiendo de la premisa de que la raza no existe como clasificadora de grupos humanos, las comillas refieren a su construcción cultural y sobre todo política, y la entiendo como categoría de poder desde la cual se construye el racismo».
Ochi Curiel.
En Perfiles del Feminismo iberoamericano.
Ed Catálogos, 2005, Bs. As.
2- Graciela Tejero Coni es historiadora, docente y Directora del Museo de la Mujer.
Desde mediados de la década del ’80, Tejero Coni presentó y sostiene el proyecto de creación del Museo de la Mujer; actualmente funcionando en convenio con la Librería de Mujeres sito en Hipólito Irigoyen 0000, pero sin un lugar propio adecuado donde desarrollar sus diversas actividades.
* Miembro del Colectivo Joven Tesis 11, estudiante de Antropología
** Miembro del Colectivo Joven Tesis 11, estudiante de Sociología
Por Mercedes Valdivieso