Política en tiempos de crisis. Los equilibrios necesarios

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Revista Nº 153 (03/2023)

(nacional/política)

Gerardo Codina[1]

La proximidad de las elecciones generales apura las definiciones en las principales fuerzas políticas. La sumatoria de crisis tensiona el escenario y fuerza a los integrantes de las coaliciones contrapuestas a procurar equilibrios internos que, aunque necesarios, por momentos parecen imposibles. El impacto del cambio de época en el mundo y las oportunidades que presenta para nuestro país.

A principios de febrero comenzaron las elecciones de 2023 en la provincia de La Pampa, con la realización de la primera primaria al cierre de esta edición, anticipando la característica de un año dominado en lo político por el proceso de recambio de las autoridades de cada jurisdicción. En este proceso, las principales fuerzas políticas –que comparten la condición de coaliciones, más o menos heterogéneas– se ven forzadas a ordenarse para asegurar su participación competitiva, con el condimento de unas PASO obligatorias que pueden tensionarlas hasta la fragmentación.

La exigencia es menos notoria en los emprendimientos unipersonales, como el de Milei, que sólo debe preocuparse por conseguir postulantes en la mayor cantidad de distritos, cuya incorporación no le genere más escándalos que los que él fomenta. Recoge el desencanto de muchos con las promesas incumplidas de la democracia y, en el camino, junta a los nostálgicos de la dictadura con los promotores de la desaparición del Estado.

En cambio, la coalición macrista en varios distritos muestra el agotamiento del espíritu frentista, arrinconado por la sobrecarga de expectativas triunfalistas y la multiplicación de candidatos que aspiran a encabezar lo que vislumbran como un cómodo regreso a las primeras posiciones. En ese contexto, la UCR oscila entre su deseo de recuperar protagonismo como fuerza política y su resignada comprensión de que la mayoría de sus electores prefieren a los dirigentes del PRO.

El vuelco a la derecha de una parte significativa de la base electoral radical no sólo se explica por el accionar insidioso de las grandes corporaciones mediáticas o el tradicional gorilismo de los partidarios de Alem e Yrigoyen. Es parte de un fenómeno internacional. Los que se sienten amenazados en el goce de sus privilegios, actúan agresivamente para defenderlos, incluso en forma preventiva y piensan que la salida a la crisis es el recorte de los menguados derechos de los que menos tienen. Para ellos la solidaridad suena como populismo.

Habiendo ordenado su relación con la cúpula del poder empresarial, de la que son parte, Macri y sus secuaces consolidan su aceitado control del aparato judicial con la complicidad explícita de los grandes conglomerados de medios. Y lo usan diariamente para sabotear cualquier acción transformadora, mientras persiguen y proscriben a los principales dirigentes del Frente de Todos. Ahora mismo lanzan una nueva ofensiva contra Cristina Fernández, luego que fracasara su complot para asesinarla. La quieren de nuevo sentada en el banquillo de los acusados, como una forma de anularla en medio de la próxima campaña electoral[2].

En estos menesteres exhiben casi impúdicamente su relación espuria y antirrepublicana con jueces y camaristas, que no investigan sus crímenes y negociados, con la naturalidad de un derecho que les fue otorgado por su riqueza, la misma que siguen utilizando para multiplicar sus ganancias y procurar todos los días la desestabilización del gobierno nacional, echando leña y nafta en el incendio que tratan de propagar hasta destruirlo todo. Desean una crisis terminal. No la temen. Ellos se saben indemnes, reasegurados con sus fondos fugados, capaces de soportar pérdidas para resarcirse luego con las “oportunidades” que surjan para sus posiciones de privilegio. 

Más allá de las variables macro económicas que se empeña en ordenar con bastante éxito el ministro Massa, la inflación que no cede se alimenta en el afán revanchista que domina al poder económico y la derecha vernácula desde el mismo día que comprendieron que la reelección de Macri en 2019 era apenas un sueño, pese al gigantesco e irregular préstamo del FMI, otorgado para que no llegase a las elecciones con el país quebrado. En tanto que no se entienda su profundo componente político, la inflación será un problema irresuelto,  que condiciona y limitará severamente las posibilidades de continuidad en el gobierno del Frente de Todos, por el persistente malestar social que invade incluso a las bases electorales del peronismo.

Amague y recule

La falsa idea de que la famosa “grieta” se originó en los modos de relacionarse con los diferentes actores sociales, llevó al presidente Fernández a mostrarse desde el principio como un acérrimo moderado, ilusionado con que el diálogo y la prudencia desarmarían las posiciones más cerriles de sus oponentes. No fue así. Entendieron su postura como un gesto de debilidad.

Pero la excesiva prudencia sí lo divorció de los sectores más combativos del propio Frente de Todos, que rechazan en este tiempo la posibilidad de su reelección e incluso lo acusan de “traidor”. Como suele pasar, el mote excesivo desecha todo como si no hubiese muchos y valiosos hechos de gobierno que rescatar y defender.

Esta percepción negativa se fortalece también con la actitud presidencial de pretender gobernar sin consensuar con sus socios electorales las acciones de gobierno. Una exhibición del “poder de la lapicera”, impropia en quien tiene un capital político propio exiguo o inexistente. Pero una pretensión que impidió hasta ahora la conformación de una instancia colegiada de conducción del Frente de Todos y que procura limitar el debate de la mesa de acción política que finalmente se reunirá a mediados de febrero, a los arreglos electorales de la fuerza. Principalmente, cómo se tramitarían las PASO y, en caso de plantearse una interna, cómo se realizaría para no quebrar una unidad que, todos saben, es condición necesaria aunque no suficiente para alentar una posible renovación del triunfo electoral de la fórmula Fernández-Fernández.

El equilibrio y la articulación virtuosa entre los diferentes actores de la coalición oficialista requiere de una dosis de humildad y tolerancia, que por momentos, algunos parecen extraviar. Para no restarle centralidad al deseo presidencial de protagonismo, tanto Cristina Fernández como Máximo Kirchner no serán de la partida en ese primer encuentro de la mesa de acción política. Pero, al mismo tiempo, de ese modo no se responsabilizan por su eventual inacción. No parece la mejor salida, solo la posible de momento.

Los que se quejan por los que consideran resultados mediocres de la gestión oficial, suelen olvidar, entre otras cosas, los desastrosos efectos del criminal endeudamiento macrista, la inédita crisis sanitaria que nos travesó de igual modo que al resto del planeta, los efectos distorsivos de la guerra de la OTAN contra Rusia y las consecuencias gravísimas de una sequía inédita por intensidad y duración, tanto que casi nos quedamos sin Paraná por unos meses.

Todo en un país que ya arrastraba una enorme crisis social, cuya peor evidencia es que millones comen gracias a los programas alimentarios del Estado. Haber llegado hasta aquí sin que ocurriera un estallido social o que hubiese colapsado el poder político y, por el contrario, creciendo y generando empleo, es un mérito no menor con una oposición dedicada sólo a obstruir y dañar en complicidad con el poder económico, mediático y judicial.

Ayudar a la suerte

Como es sabido, el mejor equipo, además de habilidad y buen planteo táctico, también necesita para ganar de una cuota de suerte. Lo vimos en el Mundial. No alcanza con ser bueno. Por eso vale reconocer las oportunidades cuando se presentan y aprovecharlas en todo su potencial. De eso se trata cuando se habla de ayudar a la suerte.

Argentina empezó hace más de tres años a transitar una difícil convalecencia postmacrista, casi en soledad regional, aferrada a la relación con el México de Manuel López Obrador y al Grupo de Puebla, apostando a la recuperación democrática en Bolivia y al retorno de Lula en Brasil. Entre tanto, los triunfos de Boric en Chile, Castillo en Perú y Petro en Colombia, fueron perfilando un cambio político regional a contramano de lo que sucede en la mayoría de las naciones capitalistas desarrolladas.

Ahora, con el triunfo de Lula en Brasil, toda la región ingresó en una nueva dinámica de integración política y productiva de alta significación en medio de la crisis global que atraviesa la humanidad. No sólo hacia el interior de la misma Latinoamérica, sino en su relación con otras regiones del mundo. Relanzar la CELAC, intentar la recuperación de la UNASUR, procurar concretar el Acuerdo de Asociación Mercosur – Unión Europea en condiciones favorables al desarrollo integral y autónomo de nuestras naciones, a la inversa de lo negociado por Macri y Bolsonaro, además de potenciar el BRICS con el ingreso argentino, puede ser sólo algunas de las múltiples consecuencias favorables para los pueblos sudamericanos. En lo inmediato, acordar la integración energética con Brasil e impulsar la desdolarización del intercambio, mejoran las perspectivas de continuidad del crecimiento económico de nuestro país, que se consolidan con la enorme obra del gasoducto Néstor Kirchner.

Además de un entorno regional más propicio, Argentina puede beneficiarse de otras oportunidades, algunas de ellas resultado de largos años de esfuerzos que ahora ven sus primeros frutos. Vaca Muerta no fue un resultado fortuito y la capacidad de haber desarrollado su potencial expresa una clara política de defensa de nuestros recursos y de apostar a la capacidad nacional para ponerlos en valor. Sin una YPF recuperada no sería posible y ya es una realidad de peso.

Pero localizar un yacimiento convencional equivalente a otra Vaca Muerta en la plataforma continental frente a las costas bonaerenses, puede considerarse un hecho afortunado, cuya explotación puede aprovecharse para apalancar el desarrollo nacional en las  próximas décadas y que no por casualidad es saboteada por el PRO y sectores funcionales a la derecha. Lo mismo que contar con la segunda reserva mundial de litio, cuando se convierte en el nuevo “oro blanco”, por el crecimiento exponencial de su demanda. Su industrialización en el país, con desarrollos propios y asociados a emprendimientos latinoamericanos, es posible y virtuosa para asegurar sus beneficios en forma de desarrollo integral para nuestro pueblo.

También, luego de muchas postergaciones, ahora progresamos en la concreción del prototipo de reactor nuclear de baja y media potencia CAREM, íntegramente diseñado y construido por nuestro país, que es de lo más avanzado en su tipo en el mundo. En este caso, la ventana de oportunidad es enorme, pues alcanzará su disponibilidad en un momento que se revaloriza internacionalmente la energía nuclear por la crisis ambiental global y el necesario abandono de los combustibles fósiles. 

Pudimos llegar a este punto por el sólido sector científico tecnológico nacional, que se afinca en una tradición de excelencia de la universidad pública y se manifiesta en que Argentina es uno de los diez países del planeta capaces de diseñar y poner en órbita satélites, una de las pocas naciones con industria farmacéutica propia y con capacidad de diseñar y producir sus vacunas o en que la llamada “industria del conocimiento” se ha convertido en el tercer complejo exportador nacional. Nada de esto fue cuestión de suerte. Sí, de mucho esfuerzo y compromiso con el desarrollo nacional.

El gobierno de Alberto Fernández puede aprovechar esta coyuntura favorable para consolidarse políticamente. Pero tiene que ayudar a la suerte. En democracia el poder político se construye convocando y movilizando mayorías, que esperan ver los resultados de sus esfuerzos en la mejora de sus condiciones de vida. Las herencias recibidas y las dificultades del presente pueden explicar pero no justifican las penurias de las multitudes que fueron convocadas a recuperar derechos.

Si el Presidente es capaz de resolver la inflación que cada día socava la estabilidad social de la democracia, Argentina podría encaminarse a un feliz aprovechamiento de la coyuntura y las oportunidades que se le presentan, para crecer con justicia social y soberanía política. En ese escenario, la continuidad del proyecto político que expresa el Frente de Todos estaría asegurada y sería factible esperar con sensatez un período de fuerte crecimiento y desarrollo inclusivo, afirmado en nuestras mejores capacidades y no sólo en la suerte. Es lo que no quieren los que apuestan a que todo explote. Por eso, para lograrlo, además hay que animarse a jugar con coraje y pasión.

El futuro debe escribirse

No son todo rosas en el futuro argentino, claro. Hay que remover una pesada lápida que condicionará con mucha fuerza los próximos años. Guzmán sólo postergó, en definitiva, lo más gravoso de la hipoteca macrista con el FMI, apostando a que la recuperación productiva generaría los excedentes que posibilitaran el repago de la deuda.

No contabilizó que la guerra europea provocaría un rebrote inflacionario en las naciones capitalistas centrales que ellas intentan conjurar elevando las tasas de interés y así empeorando el panorama financiero de los países menos desarrollados y más endeudados, entre ellos, el nuestro. No sólo cuestan más los combustibles, los fertilizantes y los fletes que necesitamos, sino el crédito que debe Argentina, entre otras cosas, por las condiciones que nos impuso el FMI.

La próxima gestión deberá enfrentar este problema, muy probablemente con decisiones fuertes, que remuevan los obstáculos planteados. En simultáneo, se abren múltiples oportunidades reales y de gran magnitud para lograr el desarrollo inclusivo con justicia social al que aspira la enorme mayoría de los argentinos. Son las nuevas riquezas con las que cuenta nuestro país.

De esas riquezas se quiere apropiar el Gran Hermano del Norte, como impúdicamente reconoció la Comandante del Comando Sur mientras se reunía la CELAC en Buenos Aires. También sus socios internos, los que consideran que Malvinas es una obsesión ridícula o son protectores del inglés Lewis, y que aspiran a gozar de los beneficios de su explotación sin tener que compartirla con el conjunto del pueblo argentino.

Claramente, en las próximas elecciones no se elegirá solamente un gobernante, sino la posibilidad de que los argentinos recuperen su patria, además de afianzar la democracia con una renovada vigencia de la integración social. Alcanzarlo es posible, en la medida que se pueda transitar la construcción de los equilibrios necesarios al interior de la fuerza de gobierno y renovar las expectativas de la mayoría de los habitantes de nuestra patria.


[1] Gerardo Codina es Lic. en Psicología (UBA 1982). Especialista en Políticas Sociales (FLACSO 2001). Director de Sistemas de Salud del Instituto del Mundo del Trabajo Julio Godio de la UNTREF. Miembro del Consejo Editorial de la Asociación Civil, Cultural y Biblioteca Popular Tesis 11. Fue Secretario General de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (2017-2019), Ex Director Provincial de Coordinación de Consejos Departamentales del Consejo del Menor PBA (2000-2001), Ex Coordinador del Presupuesto Participativo de la Ciudad de Buenos Aires (2004-2006). Ex integrante del Gabinete de Asesores del Ministro de Trabajo de la Nación, Dr. Carlos Tomada (2007-2015).

[2] Este punto lo desarrollamos en una nota anterior. “Crisis política. El golpe judicial en marcha”, publicada el 16 de noviembre del año pasado. https://www.tesis11.org.ar/crisis-politica-golpe-judicial-en-marcha/

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