JUAN GABRIEL TOKATLIAN*
El dato nuevo más elocuente del proyecto de reordenamiento mundial emprendido por Washington después del 11 de septiembre de 2001 es que Estados Unidos se ha convertido en una potencia asiática.
El dato nuevo más elocuente del proyecto de reordenamiento mundial emprendido por Washington después del 11 de septiembre de 2001 es que Estados Unidos se ha convertido en una potencia asiática. La primera guerra a Afganistán en Asia Central y la segunda guerra a Irak en Medio Oriente le ha brindado a Estados Unidos una proyección geopolítica inédita en un área del mundo donde ejerció influencia pero jamás tanto control a partir de este momento. El establecimiento de neo-protectorados en Kabul y Bagdad; la consolidación de bases militares desde el corazón de Asia Central hasta el Cuerno de África–en Uzbekistán, Turkmenistán, Kirgistán, Tajikistán, Omán, Bahrein, Qatar, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Djibouti–y el dominio de las fuentes energéticas en la zona, pueden transformar a Estados Unidos en el primer poder geográficamente integral. De hecho, a principios del siglo XX Estados Unidos devino una potencia hemisférica; después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en potencia atlántica; con la Guerra Fría se proyectó como potencia del Pacífico; con la Posguerra Fría su incidencia en África creció y ahora, con su expansión en Asia, Washington está ad portas de alcanzar el sueño imperial.
Este sueño imperial hará que el gobierno de George W. Bush persista en asegurar una estrategia de primacía mundial. Hoy es evidente que un Washington cada vez más recalcitrante, por su rigidez, y mas reaccionario, en su ideología, no aspira a construir un liderazgo generoso sino a establecer una preponderancia implacable. La eventual consolidación de la preeminencia absoluta de Estados Unidos en materia militar provocará más inestabilidad e inseguridad. Por una parte, se pueden crear incentivos para acciones terroristas más letales dentro de las fronteras estadounidenses para desafiar su aspiración de mantener su geografía impenetrable. Por otra parte, y dado que en el futuro Estados Unidos podría hacer que su espacio resultase invulnerable mediante la construcción de armas defensivas (por ejemplo, el escudo anti-misiles), potencias nucleares que no aceptan el statu quo podrían incrementar la proliferación de armas de destrucción masiva y tentarse con su uso de armas antes de que ese se materialice aquella condición de invulnerabilidad buscada.
Lo esencial es comprender que la política de primacía encierra en si misma, más allá de la existencia en Washington de un gobierno republicano o demócrata, una perspectiva agresiva de política exterior porque resulta indispensable—bajo aquella lógica supremacía total—estar inclinado a usar la fuerza de manera recurrente, permanente y vehemente. Adicionalmente, la estrategia de primacía implica presupuestos de defensa gigantescos por décadas; lo cual puede conducir a un desequilibrio inesperado en términos de las relaciones cívico-militares en Estados Unidos.
Además, dicha estrategia ha enfatizado (y continuará haciendo hincapié en) la constitución de distintas coaliciones ad hoc en reemplazo de las alianzas de antaño para enfrentar a los viejos y nuevos enemigos de Washington y está (y estará) orientada a propiciar el regime change; esto es, producir el cambio del régimen político interno de una nación por medio de la coerción diplomática y militar. En esa dirección, e muy probable que Estados Unidos prosiga, al menos durante el mandato republicano, arrogándose el derecho a recurrir a su poderío bélico cuando así lo considere imprescindible, sin tener en cuenta las condiciones de legitimidad, legalidad y moralidad que exige el uso del instrumento militar en las relaciones internacionales. Paradójicamente, la Casa Blanca cree que puede ganar más aliados en el combate contra el terror en el mundo mediante la utilización de la amenaza recurrente a los buenos amigos y a través del uso del castigo inclemente a los oponentes débiles.
¿Un continente inseguro?
Dado que Washington seguirá empeñado en la guerra preventiva contra los terroristas y contra los tiranos—los dos adversarios esenciales según su Estrategia de Seguridad Nacional (ESG) de septiembre de 2002—es muy factible que concentre su atención en identificar las fuentes de terrorismo en el ámbito latinoamericano y refuerce su presión sobre algunos gobiernos en el área para que lo combatan más eficazmente. En ese contexto, el hemisferio tenderá a ser concebido en sus partes más que como un todo.
En efecto, después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 Washington identificó tres zonas de diferente significación y alarma para sus intereses vitales. La amplia Cuenca del Caribe, que cubre el caribe insular, Panamá, Centroamérica y México, es hoy definitivamente parte del perímetro externo de defensa estadounidense y, por lo tanto, la extensión de su seguridad interna. Los niveles de autonomía de esta subregión tenderán a reducirse y las tensiones entre Estados Unidos y Cuba podrán incrementarse. La búsqueda de invulnerabilidad absoluta en ese perímetro, la persistente derechización del gobierno republicano y la considerable influencia del neoconservadurismo sureño (en especial, de Texas y Florida) colocarán a Fidel Castro como el principal referente de perturbación en América del Norte, fenómeno turbulento cuya resolución, según los halcones más empedernidos, pasa por el cambio de régimen en la isla.
En Colombia y en la frontera colombo-venezolana, Washington localizó una zona de alto riego terrorista y en la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil, Estados Unidos ubicó una zona de riesgo potencial en términos del terrorismo. El reto para América del Sur es conservar un mínimo de autonomía para hacer frente a estos dos focos de inquietud, que aún son bastante controlables y que además, son menos letales que otros fenómenos terroristas dispersos en Medio Oriente, Asia y África.
Desde el punto de vista de la agenda interamericana los temas de seguridad alcanzarán, como la época de la Guerra Fría, un lugar preponderante. Aún los asuntos económicos estarán condicionados por consideraciones militares. Por eso el proyecto ALCA—el Área de Libre Comercio de América—podría pasar a ser concebido también como un ALTI—un Área Liberada de Terrorismo Internacional.
El desafío de Sudamérica
En este contexto, es esencial tomar en cuenta que Estados Unidos ha transformado su “gran estrategia” (grand strategy en clave anglosajona) en materia de política exterior y de defensa (Ver Cuadro A). Así, y de acuerdo a los principales documentos y pronunciamientos oficiales más recientes Washington ha modificado su estrategia y su doctrina y parece modificar el criterio respecto a los instrumentos diplomáticos que las apoyan. Lo que aún no ha cambiado es la lógica hemisférica que se inserta en la racionalidad de su gran estrategia. Sin embargo, no es imprevisible que la vieja doctrina de seguridad nacional–hoy en desuso en la mayoría de los países de la región—resulte reemplazada por lo que denominamos una doctrina de inseguridad nacional.
Brevemente, así como después de la Revolución Cubana Estados Unidos impulsó en el hemisferio la doctrina de la seguridad nacional, hoy el Comando Sur estacionado en Miami parece inclinado a propiciar una doctrina de inseguridad nacional en la región para superar las “nuevas amenazas”. Ello, de materializarse, incidirá notablemente en la evolución de la democracia, la paz y la seguridad en el área.
Cuadro A
Estados Unidos y su Gran Estrategia
|
GUERRA FRÍA |
POS 11 SEPTIEMBRE |
ESTRATEGIA |
Contención |
Primacía |
DOCTRINA |
Disuasión |
Guerra preventiva |
INSTRUMENTOS DE APOYO |
Alianzas (OTAN, entre otros) |
Coaliciones flexibles o ad hoc (Coalition of the Willing) |
LÓGICA HEMISFÉRICA |
Doctrina de Seguridad Nacional |
Doctrina de Inseguridad Nacional (?) |
Fuente: Juan Gabriel Tokatlian, Hacia una nueva estrategia internacional: El desafío de Néstor Kirchner, Buenos Aires: Editorial Norma, 2004.
Por eso, la defensa y el impulso de la democracia es un activo estratégico para la región que no puede ser negociable. En ese sentido, las democracias sudamericanas deben incrementar el debate y alcanzar un consenso en torno a una doctrina autónoma para afrontar sus principales desafíos a la seguridad. Ello permitirá interactuar mejor con Washington al momento de discutir la agenda de seguridad hemisférica.
No existe un antagonismo entre Estados Unidos y Sudamérica ni la región es una amenaza deletérea para Washington. Sin embargo, Estados Unidos se está transformando en un problema pues muchas de sus acciones no conducen necesariamente a resolver dificultades; por el contrario varias de sus políticas están produciendo más inestabilidad. En esa dirección, más que reflexionar sobre Estados Unidos en términos de alineamiento o des-alineamiento, de subordinación o confrontación, es hora de pensar a Estados Unidos como un actor preponderante que aporta simultáneamente al orden y al caos global. Por ello, se necesita una mirada no dogmática ni ilusa al momento de analizar y actuar en torno a las relaciones bilaterales con Washington, así como a la futura estructura de seguridad en el hemisferio.
· Director de los Programas de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.