Juan Pablo Paz*
El autor analiza las políticas sobre ciencia y tecnología iniciadas en 2003 y las consecuencias de la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología en 2007, enunciando los desafíos para profundizar la utilización de la ciencia para nuestras políticas estratégicas.
Las políticas impulsadas desde 2003 por el gobierno de Néstor Kirchner, y profundizadas luego por Cristina Kirchner, permitieron la recuperación del sector científico en la Argentina. La creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología en 2007, y la designación de Lino Barañao al frente del mismo, fueron decisiones inteligentes que permitieron consolidar las políticas de crecimiento. Estas políticas han tenido algunos resultados contundentes, corroborables por datos objetivos. Por ejemplo, la producción en ciencia básica, medida por el número de publicaciones en revistas internacionales, se incrementó más del 35%, pasando de 6000 trabajos publicados en 2003 a más de 8000 en 2009. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet) incorporó cada año a más de 500 jóvenes que ingresaron en la Carrera del Investigador de este organismo. El número de investigadores del Conicet pasó de 4000 en 2003 a más de 6000 en la actualidad. De ese modo se revirtió la tendencia al envejecimiento del plantel, que lo llevaba inevitablemente a su extinción. En 1991 el Ministro Cavallo mandó a los científicos “a lavar los platos”, en pleno apogeo del neoliberalismo. Sus políticas se impusieron y estaban, lentamente, provocando la desaparición de las principales instituciones del sector científico. Afortunadamente, eso parece ser parte del pasado. La mejora en el salario de los científicos ha sido significativa, aunque todavía estos están por debajo de los que reciben nuestros colegas brasileros. También la subjetividad de los científicos, su estado de ánimo, su voluntad de participación, se ha visto modificada notablemente a partir de los cambios que se fueron produciendo. Hoy la mayoría de los científicos ve el futuro con optimismo, lo que contrasta claramente con la actitud predominante hace poco menos de diez años. En ese momento la tendencia al éxodo era notoria. Camadas enteras de jóvenes recién graduados en física dejaban entonces el país mientras que en la actualidad la enorme mayoría de los graduados en ciencias decide quedarse e insertarse en el sistema científico o en el sector privado. La desocupación ha desaparecido entre los graduados en física. En los últimos años más de 800 investigadores formados regresaron al país desde el exterior. El nuevo Ministerio tiene un área de injerencia directa limitada: de él dependen la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Anpcyt) y el CONICET, que es sin dudas el principal organismo del sector, destinado a la promoción y ejecución de investigación básica y aplicada. Otras grandes instituciones de ciencia y tecnología, que no dependen orgánicamente del Mincyt, no han sido excluidas del mejoramiento general que vive el sector. En efecto, el deterioro de la Comisión Nacional de Energía Atómica (Cnea) se ha revertido de manera notoria. Después de muchos años de estancamiento, la Cnea ha encarado un proceso de expansión tanto en sus programas nucleares como en los no nucleares; ha incorporado muchos profesionales jóvenes y ha modernizado su infraestructura. El INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), bajo la dirección de Enrique Martinez adquirió una gran vitalidad; el organismo encargado de investigación para la defensa, Citedef, reactivó sus programás, entre los que sobresale el desarrollo de lanzadores; la Conae (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) es protagonista de logros importantes demostrando la vitalidad del programa satelital.
En este contexto alentador deben definirse los objetivos de la próxima etapa. Queda claro que nuestro país podría aprovechar mucho mejor su base científica. El conocimiento que se genera en nuestro sector todavía no es aprovechado por la sociedad. Para eso, resulta vital reconstruir la capacidad de planificación y gestión estatal. Es en ese contexto en el cual se aprovechará realmente el capital acumulado en el sector científico (capital humano como material). La utilización de los recursos disponibles en el sector científico se dará plenamente sólo a partir de la formulación y ejecución de planes estratégicos en sectores clave como el energético (nuclear y no nuclear), el de las comunicaciones, etc. Hasta el presente, el sector científico participa de manera muy embrionaria en iniciativas de planificación y desarrollo desde el estado. Desde el Mincyt se ha puesto más énfasis en la “pasteurización” de la ciencia, promoviendo políticas para que los científicos se preocupen por lograr que sus investigaciones sean utilizadas por la sociedad por otra vía, complementaria a la anterior. Se impulsó fuertemente, por ejemplo, la creación de pequeñas empresas de base tecnológica surgidas de la iniciativa de los propios investigadores. Hay experiencias destacables en ese campo, que aún es embrionario. Se han promovido también acuerdos sectoriales para ramas de la producción que usan intensivamente el conocimiento más avanzado (como la informática, que creció enormemente, y la biotecnología).
Estas políticas activas impulsadas desde el Mincyt son oportunas y pertinentes, pero no pueden reemplazar el rol fundamental del sector estatal. La iniciativa privada y la estatal dan lugar, en el sector científico y tecnológico, a emprendimientos de escala totalmente diferente. Un ejemplo reciente puede servir para ilustrar esto: el caso de la empresa Invap (propiedad de la Cnea y la provincia de Rió Negro). En esta empresa trabajan hoy alrededor de 850 personas, la mayoría de las cuales son científicos y tecnólogos. A partir de una decisión estratégica de Néstor Kircher se le encomendó a Invap el rol central en el proceso de radarización del territorio argentino. A partir de esa decisión, Invap desarrolló la capacidad para producir radares de última generación (tanto para aplicaciones civiles como militares). La instalación de estos nuevos radares, producidos en el país, ya ha comenzado y contribuirá a resolver un problema crucial tanto para el transporte aéreo como para la seguridad del territorio nacional. En el momento en que se tomó esta decisión, la alternativa era clara: los radares podían comprarse en el mercado. Sin duda actuaron lobbies poderosos para promover esa salida. Para ello utilizaron argumentos obvios: había un problema urgente y la solución requería de tecnología de punta. Sin duda, en los 90 la decisión habría sido otra: una millonaria compra llave en mano. Optar por la producción estatal, aprovechando recursos humanos y capacidades existentes en el sector de ciencia y técnica, fue una decisión estratégica que debe repetirse y ampliarse. Es evidente, por cierto, que un emprendimiento como éste (que permite que hoy Argentina produzca radares, o decisiones análogas como la que impulsó la construcción de satélites, tarea en la que Invap también está empeñada) es sólo posible por la acción del estado. Decisiones como éstas dan lugar a emprendimientos de una escala y una complejidad que no puede alcanzarse por la vía de emprendimientos generados desde abajo, por la iniciativa de los propios investigadores. Multiplicar experiencias como ésta debe ser un objetivo estratégico fortaleciendo el rol del estado como principal demandante de ciencia y tecnología. En ausencia de esta demanda estatal, el sector de ciencia y tecnología seguirá respondiendo naturalmente a demandas endógenas, concentrando sus esfuerzos hacia su interior y eventualmente generando proyectos de pequeña y mediana complejidad (cuyo impacto acumulativo no es para nada desdeñable).
La inversión estatal en ciencia y tecnología tiene un sentido: contar con recursos estratégicos con el fin de utilizarlos para el desarrollo y en beneficio del pueblo. Pero una inversión como ésta dará frutos solamente si se organiza el sector de acuerdo con criterios universalmente aceptados. La investigación básica no puede desatenderse: juega un rol esencial dotando al sistema científico del oxígeno (recursos humanos, ideas innovadoras, etc.) que es indispensable para su funcionamiento. La investigación motivada por la curiosidad de los científicos tiene no solamente valor cultural. Debe desarrollarse en el ámbito universitario y estar vinculada a la formación de recursos humanos. Es vital para que exista “lo otro”. La situación de la ciencia básica ha mejorado desde 2003, pero debería mejorar todavía más. Muchas veces se cita a Brasil como ejemplo en el que se pone en evidencia la posibilidad de movilizar recursos científicos para lograr competitividad en sectores industriales de alta tecnología (como el caso de la aeronáutica o la exploración petrolera). Pero para lograr que funcione su sistema científico Brasil invierte en ciencia básica mucho más que la Argentina. Sus científicos tienen mejores salarios y mayores recursos que los nuestros. En la década de 1980 la producción científica brasilera era comparable a la argentina. Ambas, combinadas, constituían menos del 1% del total mundial. Hoy, las publicaciones científicas originadas en Brasil son el 2.5% del total mundial. En algunas disciplinas, como agricultura, la producción de la ciencia básica brasilera supera el 9% del total mundial. Desde mediados de la década de 1980 el número de publicaciones científicas originadas en Brasil se multiplicó por diez (!) y en la última década, la velocidad con la que se incrementa la producción de publicaciones científicas en Brasil es el triple que en la Argentina. La inversión brasilera se justifica por el desarrollo económico y la búsqueda de competitividad en áreas estratégicas (exploración petrolera, aeronáutica, comunicaciones, biotecnología, energía, etc.) Es conveniente que en nuestro país se tomen medidas para mejorar la organización y funcionalidad de nuestro sistema. Las Universidades deben incorporar muchos más investigadores y deben estar mejor integradas al sistema científico. Todas ellas deben buscar que sus académicos alcancen los niveles de excelencia que este organismo establece. Los más de seis mil investigadores de Conicet deben ser mejor aprovechados por el sistema universitario (no es concebible, por ejemplo, que se creen universidades sin un plan coordinado con el Conicet para dotarlas de investigadores activos).
El retorno de la democracia en la Argentina no coincidió con un período de bonanza para la educación, la ciencia, la tecnología. Desde 1984 el éxodo se sostuvo, impulsado por las sucesivas crisis económicas. Los últimos ocho años marcaron un cambio de tendencia y fueron, sin dudas, los mejores desde el retorno de la democracia. El desafío de la actualidad es lograr que estas políticas tengan continuidad y se enriquezcan permitiendo que nuestro país utilice el conocimiento para resolver problemas estratégicos. Para eso debe incrementarse el rol del estado y aumentarse la inversión pública en ciencia y tecnología promoviendo una mejor integración del sistema estatal de CyT.
*Juan Pablo Paz: Profesor Titular UBA, Investigador Principal de CONICET
Director del Departamento de Física y del Instituto de Física de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Exactas y Naturales – UBA,
Buenos Aires, Julio 2011