Oscar Touris*
HIROSHIMA – 6 DE AGOSTO DE 1945 – 60 ANIVERSARIO.
Los armamentos nucleares fueron usados dos veces por EEUU para atacar a grupos humanos. El 6 de agosto de 1945 en Hiroshima y tres días después en Nagasaky, en Japón. Eran dos ciudades sin valor estratégico militar. Poblaciones civiles. Y es conveniente revisar los efectos de esos primeros bombardeos. Y especial interés en saber que les ocurrió a los niños. El efecto inmediato, por supuesto, fue la incineración instantánea de muchos miles de seres humanos. Miles más murieron a los pocos días o semanas. Y también hubo sobrevivientes. Que pasó con ellos? Los expertos han estudiado el impacto que tuvieron a largo plazo los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaky. Descubrieron que los sobrevivientes que más sufrieron fueron los bebés, los niños, los ancianos, los enfermos. Es decir aquellos que más necesitan el fuerte apoyo de la familia y de la sociedad. Las familias se desintegraron. Algunos se abandonaron, otros se perdieron vagando como en pesadilla. La radiación causa mayor daño a las células que están en crecimiento y multiplicándose en forma activa. Es especialmente dañina en los niños que están aún en el vientre materno. Muchas madres dieron a luz niños con variados defectos físicos y mentales. Tórax hundido, mogolismo, leucemia y otros cánceres. Uno de los desechos de las explosiones fue el estroncio 90, a menudo llamado “buscador de huesos”, contaminó la leche y así se abrió camino hacia los huesos de los niños donde quedó alojado como si fuera calcio. Años más tarde esos niños enfermaron de leucemia. Otro desecho, el Yodo 131, se concentra en la glándula tiroides. Las bombas de Hiroshima y Nagasaky eran pequeñas comparadas con las de ahora. En recuerdo de aquellos crímenes y como alerta de los riesgos que significan los arsenales actuales, Gabriel García Marquez nos decía entre otras cosas, en 1987, en su alegato El Cataclismo de Democles:
“A pesar de tantas certidumbres dramáticas, la carrera de las armas no se concede un instante de tregua. Con lo que cuesta una sola ojiva nuclear alcanzaría- aunque sólo fuera por un domingo de otoño- para perfumar de sándalo las Cataratas del Niágara. Un gran novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Tal vez sea mucho menos: una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la Gran Patria Universal. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida, nos arrastra sin piedad a una conclusión descorazonadora: la carrera de las armas va en sentido contrario de la inteligencia misma de la naturaleza, cuya finalidad escapa inclusive a la clarividencia de la poesía. Desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir trescientos ochenta millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros ciento ochenta millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del abuelo Pitencatropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, que todo pueda regresar a la nada de donde vino, por el arte simple de apretar un botón”
*Oscar Touris, Miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.