Regreso de Pablo Neruda. En el Centenario de su nacimiento.

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Horacio Ramos*

“Dicen los pobres, los que sudan, los que piensan, los que siguen soñando, que Pablo resucita cada día; regresa en sus versos que van de boca en boca, anunciando buena nueva por las calles de Chile.”

Así era. Un hombre semicalvo, de nariz agresiva, hijo de ferroviario y maestra, nacido el 12 de julio de 1904. Lo inscribieron con el nombre de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, pero su pueblo, los obreros y campesinos, los estudiantes y las muchachas en flor de su Chile entrañable, así como todos los enamorados del mundo, lo han reconocido siempre con su nombre de pluma y de combate: Pablo Neruda. Ya con su primer libro, “Crepusculario”, texto abierto a las inquietudes sociales pero que, además, rompe con la formalidad establecida, surge la palabra poética como elemento transformador de la realidad; aquí, comienza a desbrozar la maleza, agrietando la vieja barca de la poesía anacrónica, con el escalpelo de su metáfora. Desde el inicio, entonces, Pablo y la poesía, el hombre y su esperanza, enlazados por una ternura inevitable.
Luego vinieron sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” que estremecen el aire de Chile, y su primera “Residencia en la Tierra”, donde se mezclan los recuerdos infantiles con los misterios de Oriente, con sus ritos y dioses,  y una cultura que lo deslumbra. Pero un día de mayo de 1934, sus ojos se llenaron del paisaje de la patria de Federico y Rafael, de Miguel Hernández. Ningún país, fuera de Chile, fue tan amado por Pablo; él mismo lo ha dicho:” A mí me hizo la vida recorrer los más lejanos sitios del mundo antes de llegar al que debió ser mi punto de partida: España.” Después de la Guerra Civil, con la derrota en la sangre, enfrentó como la mayoría de los intelectuales de su época, al fantasma nazi que como una mancha de aceite, se extendía por toda Europa. Allí  empieza a modelar una poesía combativa, militante, que alcanza su máxima expresión en el “Canto General”, una dilatada y conflictiva biografía verbal del continente americano.
Pero en 1945, cuando los pueblos del orbe festejaban la victoria sobre el fascismo, se concretan en la vida de Pablo tres acontecimientos importantes: obtiene el Premio Nacional de Literatura, es elegido Senador de la República y, en julio, ingresa oficialmente al Partido Comunista de Chile. Un mes después, resuelve diseñar el texto de las “Alturas de Macchu Picchu”, donde muestra al hombre de este áspero y dulce territorio de América en toda su diversidad, con todo su dolor inenarrable.
En 1952, aparece en Nápoles un libro que resume el amor apasionado de Neruda por una mujer que ha sido y hasta el final, junto a la poesía y su militancia política, la sombra de su canto: Matilde Urrutia. Por ella dijo Pablo: “Cuando muera, quiero tus manos en mis ojos.” En el volumen al que nos referimos, “Los versos del Capitán”, se conjugan el amor individual y la calidez infinita por la mujer con quien se comparte el pan y el lecho, pese a todos los obstáculos, con la actitud insobornable del poeta que siente como propio el dolor de sus hermanos y que, junto con ellos, no titubea en recorrer el ríspido tiempo que les toca vivir. Por eso, en la década del ’60, el triunfo de la Revolución Cubana  con su talante de juventud y de reivindicación latinoamericana, hizo nacer en Pablo el antiguo romance castellano, heroico y lúcido, para cantar a la hermosa isla del azúcar, el ron y la esperanza.
Paralelamente a su obra, debe ir revelándose el alto gado de su compromiso político que fue enriqueciendo sus trabajos y lo hizo madurar como hombre tozudamente chileno, amante sin tapujos de su tierra y su gente. Por lo tanto, no fue en vano su amistad y lucha común con el Presidente Salvador Allende, de quien fuera Embajador en París, ciudad en la que recibió, en octubre del ’71, la noticia que le informaba la obtención del Premio Nobel de Literatura. Aquella estrecha relación, tan chilenísima y popular-vinito de por medio en Isla Negra-, arrancó estas palabras a Pablo, grabadas a cincel en el mármol de la historia: “Con Allende está lo mejor del pasado, lo mejor del presente y todo el futuro.”

Una mañana, la del 11 de septiembre de 1973, las radios chilenas anuncian el estallido de una sublevación militar. El Presidente Allende se dirige a la Casa de Gobierno, el Palacio de La Moneda, y ahí resiste. Pablo, ya muy enfermo, escucha las noticias por Radio Magallanes, la única que seguía transmitiendo, y que trajo la  voz de su compañero de luchas, Salvador Allende, diciendo: “…pagaré con mi vida, mi fidelidad al pueblo” Ahí comenzó la agonía de Pablo, goteando Chile de sus ojos por tanto muerto querido; pero, aún así, se les escapó de las manos. Ellos, que no contentos con las humillaciones que le infligieron, hubieran deseado más. Pero Pablo, no; combatiendo hasta el último latido, se echó a morir.
Dicen los pobres, los que sudan, los que piensan, los que siguen soñando, que Pablo resucita cada día; regresa en sus versos que van de boca en boca, anunciando buena nueva por las calles de Chile. Por eso está Pablo en los labios de todos, incitando con su poesía de amor y de victoria:
“ Yo conocí a Bolívar una mañana larga,

en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento.

Padre, le dije: ¿Eres o no eres o quién eres?

Y mirando el cuartel de la montaña, dijo:

Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo.”

 *Horacio Ramos, escritor y periodista, es miembro del Consejo de Redacción de “Tesis 11”.
 

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