Romeo Rey. Periodista y economista suizo. (Desde La Paz, Bolivia)
Como fantasmas aéreos sobrevuelan la ciudad: la red cuenta con diez líneas de teleféricos que se distinguen por sus colores de cabinas y estaciones, con una extensión total de actualmente algo más de 30 kilómetros. La Paz y El Alto se orgullecen de tener « el sistema de transporte teleférico urbano más extendido del mundo””.
La ciudad de La Paz, situada en plena Cordillera Real, a una altitud que abarca desde los 3200 metros sobre nivel de mar hasta los 4100 metros donde se encuentra, ya en pleno Altiplano, el aeropuerto internacional. Este se ubica fuera de la ciudad, en territorio del municipio de El Alto. Ambas ciudades cuentan con aproximadamente un millón de habitantes cada una, ambas con una población que crece aceleradamente.
En el caso de La Paz, los barrios más jóvenes y precarios se pegan en los páramos más pendientes, mientras que El Alto se extiende cada vez más en dirección a la Cordillera Occidental y al Lago Titicaca.
Ambas ciudades sufren del mismo mal: congestión y caos en el tráfico a cualquier hora del día y mercados tradicionales y ambulantes que dificultan el flujo de veículos. Puesto que, por razones topográficas y geológicas, la construcción de líneas de trenes urbanos y subterráneos sería inviable (La Paz está localizada en una gran olla inclinada hacia el sur), la construcción de una red de teleféricos surgió como una solución práctica, ecológicamente muy conveniente y relativamente barata para los problemas mencionados. Aun así, debido al permanente crecimiento del parque automotor, el taponamiento en arterias importantes y zonas centrales solo se ha logrado eliminar parcialmente con esta obra.
A mediados de 2019, la red cuenta con diez líneas de teleféricos que se distinguen por sus colores de cabinas y estaciones, con una extensión total de actualmente algo más de 30 kilómetros. La Paz y El Alto se orgullecen de tener « el sistema de transporte teleférico urbano más extendido del mundo ». Las tres primeras líneas fueron inauguradas en 2014 y la emplementación de las demás se fue realizando a un ritmo casi frenético – y esto en un país que en otros aspectos aun adolece de una burocracia pesada. Las casi tres docenas de estaciones, por las que circulan unas 1400 cabinas, brillan a toda hora de limpieza. Empleados mayormente jóvenes vigilan el funcionamiento ordenado del tráfico y ayudan a los pasajeros a subir y bajar o, en las estaciones de cruces entre líneas, para el trasbordo.
Las ventajas de los teleféricos son numerosas y notorias: No emiten ruidos molestos como las interminables filas de buses, minibuses, camiones y coches particulares, ni contaminan el aire como la mayoría de aquellos. El tiempo de viaje entre El Alto que funciona en buena medida como ciudad dormitorio, y La Paz donde muchos alteños y alteñas trabajan, se acorta considerablemente. Se viaja con comodidad, hasta diez pasajeros en cada cabina, mientras que en los miles de buses y minibuses se está apretado y aspira aire tóxico. Para colmo, los teleféricos ofrecen un verdadero espectáculo en cuanto al paisaje: cerros pelados y cumbres cubiertas de nieve como el Mururata, barrios pegados a laderas empinadas y edificaciones de todo tipo a pocos metros de distancia.
La realización de esta obra se apoya en la tecnología que fue desarrrollada desde el siglo 19 en países alpinos. La empresa Doppelmayr de Austria se encarga sobre todo de las columnas que sostienen todo el sistema y que alcanzan una altura hasta 65 metros. Los cables que miden hasta 8 kilómetros, y las cabinas son fabricados por Garaventa de Suiza. El responsable máximo de la obra por el lado boliviano es un ingeniero de origen centroeuropeo y al mismo tiempo oficial de las Fuerzas Armadas de Bolivia: César Luis Dockweiler.
En vez de enfrascarse en ruidosos e interminables tacos de tránsito en las angostas calles de La Paz, se circula con tranquilidad y asombro por los aires frescos de la ciudad sede de gobierno más alta de la Tierra, casi siempre con vista al cerro símbolo de la ciudad, el Illimani. Se viaja a pocos metros de las torres habitadas por familias de clase media paceña del barrio Miraflores.
Cada 12 a 20 segundos sale o entra en cada una de las diez líneas una cabina. En horas pico se forman colas largas en algunas estaciones, sobre todo las de traslado. Entre estas fases de gran afluencia, muchas cabinas circulan semivacías. Por el primer tramo, se paga 3 bolivianos, la moneda local que goza de estabilidad desde hace más de una década (7 bolivianos equivalen a un dólar americano). Al continuar en otra línea, se aumenta 2 bolivianos. Escolares, estudiantes, jubilados y minusválidos pagan medio precio (510). Con estas tarifas parece difícil que la red de teleféricos logre autofinanciarse, pues las inversiones realizadas y a realizarse para completar el sistema alcanzarían alrededor de 700 millones de dólares. Es el gobierno nacional del presidente Evo Morales que se hace cargo de los costos de construcción de la red. Se cree que Bolivia puede darse este lujo ya que la economía del país goza, desde hace muchos años, de buena salud, permanente crecimiento, cuentas equilibradas y baja inflación.
La población de La Paz y El Alto parecía tener algunos temores al principio. Circular con este medio de transporte entonces desconocido por casi todos, subiendo y bajando muy cerca de empinadas cuestas y como volando sobre techos de zonas habitadas muy densamente, era algo descomunal y riesgoso para muchos. Pero estos temores fueron superados. Hoy en día predomina la satisfacción de viajar en estas cabinas de « Mi Teleférico » como se llama la empresa oficialmente. Se ha convertido no solamente en un medio de transporte cómodo y popular, sino también en una gran atracción para turistas del exterior como del interior de Bolivia. Ya más de 100 000 lo usan en promedio por día. Según los planos oficiales, falta ahora completar la última línea, la dorada.