Si el antineoliberalismo no es anticapitalismo, siempre ganará Bolsonaro

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(América Latina/Brasil)

Juan Chaneton*

La escenografía dispuesta para disimular las espantosas carencias intelectuales y morales del recién electo presidente de la República Federativa del Brasil, Jair Messías Bolsonaro,  incluyó un texto leído y breve y un hombre negro detrás, con camiseta amarilla, con cuya  calculada presencia se buscaba desmentir el racismo explícito del estrafalario personaje devenido presidente.


Las cifras, finalmente, no fueron de catástrofe. En primera vuelta, Bolsonaro obtuvo el 46 % frente al 29 % de Haddad. Hoy, los guarismos marcaron 55 a 44, poco más o menos. Pero la catástrofe, política y cultural, reside en que el final del ciclo soberanista en América Latina haya sido remachado en formato fascistoide y anunciador del relanzamiento de un nuevo ciclo de gestión económica neoliberal en escala ampliada.

Enmarcar el triunfo de Bolsonaro en el contexto más amplio de qué es y qué significa el neoliberalismo y la globalización capitalista y de qué es y qué significan las “interrupciones” nacional-fascistoides de esa dinámica (al estilo Trump), excede por completo el espacio y fin de esta nota, pero se trata de desarrollos indispensables para fundar sobre bases firmes las nuevas políticas nacionales, populares y anticapitalistas en la región centro y sudamericana. El tiempo está apremiando al progresismo y a las izquierdas en ese sentido.

Bolsonaro tendrá que gobernar a partir del próximo 1º de enero. Y tendrá dificultades para hacerlo. Pero no se hallarán éstas en aquellos temas más marquetineros y sensacionalistas de la campaña, a saber, la baja en la edad de imputabilidad penal de 18 a 16 años; o la libre portación de armas; o la persecución a minorías raciales, nacionales o de género; o conferir inmunidad a la policía para matar en la calle y a como dé lugar, a rateros y delincuentes de poca o mucha monta. Bolsonaro deberá consolidar su base social electoral en términos de legitimidad para completar su primer mandato, y los temas en agenda, aquí, se hallan vinculados al desempleo estructural, a la inflación, a la cobertura de salud, a la previsión social (jubilaciones y pensiones), a la educación, a la vivienda y a la tierra. Y esta agenda no la satisface Paulo Guedes ni la  ortodoxia pro mercado, que es lo que ha venido a implantar Bolsonaro en Brasil. La paradoja, su paradoja, será dura: para imponer el programa que posibilite un nuevo ciclo de acumulación en escala ampliada en favor de los bancos, los terratenientes y la industria, debería contar con un consenso social presto a evaporarse a las primeras medidas ortodoxas y que, entonces, sólo podrá obtenerse mediante la represión como política de Estado. Hoy, tal escenario parece un salto al vacío.

El Partido de los Trabajadores (PT) será la primera fuerza política en la Cámara de Diputados de 513 miembros: tendrá 56 legisladores frente a los 51 del Partido Social Liberal (PSL) de Bolsonaro. El Senado Federal se compone de 81 miembros y allí también golpeará la fantasmagórica reconfiguración de la representación política brasileña: de 18 partidos que había hace veinte años se ha pasado a treinta en la actualidad, algunos de los cuales son cofradías de policías y predicadores milenaristas impregnados de odio al “comunismo”, al “izquierdismo”, al “populismo” o al “terrorismo”, conceptos cuyas definiciones no preocupan a nadie, por estos días, en Brasil.

El tercero en la próxima legislatura será el centrista Partido Progresista (PP), con 37 diputados, y el cuarto el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), cuyo jefe, aunque parezca mentira, es el corrupto actual presidente, Michel Temer, con 34 legisladores.

Así las cosas, esta fragmentación obligará al elegido presidente a maniobrar para obtener lo que, en democracia, se llama consenso, indispensable para gobernar, sobre todo cuando el Poder Judicial (Tribunal Supremo, en Brasil) parece dispuesto a hacer respetar el Estado de derecho y el libre juego democrático de mayorías y minorías.

En otro orden y en lo que hace a la potencial nueva ubicación de Brasil en el tablero regional, hay que ponderar, en primer término, la integración continental.

Estados Unidos es, por antonomasia, el enemigo jurado de los espacios integrativos soberanos en clave Mercosur y será éste el primer mojón que  removerá Bolsonaro. En el derecho de la integración se distingue entre Zona de Libre Comercio (circula entre los miembros “lo esencial del intercambio”) y, un paso más allá, la Unión Aduanera (circula sin aranceles todo menos algún producto puntual exceptuado). La UA más TEC (Tarifa Exterior Común) da lugar al Mercado Común, que es el nivel que ha alcanzado la integración en Sudamérica con el Mercosur. Con el resultado electoral de Brasil, el futuro inmediato nos reserva el retroceso hacia el estatus de “zona de libre comercio”, de tal modo que los miembros ya no están obligados a actuar en bloque y puede, cada uno por su cuenta, firmar un tratado aparte con Estados Unidos. Como quería Bush, con el ALCA, en 2005.

Enmarcar el triunfo de Bolsonaro en el contexto más amplio de qué es y qué significa el neoliberalismo y la globalización capitalista y de qué es y qué significan las “interrupciones” nacional-fascistoides de esa dinámica (al estilo Trump), excede por completo el espacio y fin de esta nota, pero se trata de desarrollos indispensables para fundar sobre bases firmes las nuevas políticas nacionales, populares y anticapitalistas en la región centro y sudamericana. El tiempo está apremiando al progresismo y a las izquierdas en ese sentido.

Los pueblos vienen perdiendo la fe en las así llamadas democracias. Parecen haber decodificado el mensaje implícito en las gestiones gubernativas de las últimas décadas, tanto en Brasil como en el conjunto del continente. Los pueblos parecen ya no creer que con la democracia se cura, se come y se educa, porque esos pueblos (los pueblos de Brasil o los que describe Juan Grabois en su último indispensable libro titulado “La clase peligrosa”)  languidecen en la pena del hambre cotidiana y un mesías les viene a decir que esa democracia no sirve, y entonces ocurre lo que dice Héctor Abad Faciolince, un escritor colombiano que me regaló una novela de mi flor que se llama “La Oculta”, y dice así Faciolince: “Que gane entre los más ricos y reaccionarios es normal. Pero si gana entre las clases medias y marginadas, esto no se debe ni siquiera a lo que dice, sino a que al menos le entienden lo que dice, sobre todo si lo que dice se parece a lo que los pastores evangélicos gritan en los sermones”.

Y concluye su diagnóstico con un epigrama que sería para celebrar si no se refiriera a lo que se está refiriendo: “O ya no pasa lo que yo entendía, o ya no entiendo lo que está pasando”. Inmediatamente, el colombiano aclara que tal dicho no es de él sino de otro ilustre de las letras, pero mexicano: Carlos Monsiváis (El País, Madrid, 25/10/18).

Ha ganado, como parecía que iba a ser, el capitán Bolsonaro. Sería un exceso decir que el PT nos ha traído hasta aquí, como la socialdemocracia de Weimar nos llevó a Hitler. Sería pura usura, sobre todo porque Lula puso a Brasil como sexta economía del mundo por encima de Inglaterra, en cambio Friedrich Ebert todavía tiene que pagar una cuenta: fue su firma la que dispuso el asesinato de Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo. Después  -después de la socialdemocracia y de esos crímenes-  vino Hitler, de modo que no se trata de un improcedente y anacrónico recuerdo, sino de una esencial advertencia de la historia. Todo tiene que ver con todo. La globalización nos envuelve a todos. Y ya es hora de comprender que o nos salvamos todos, sin sectarismos ni prejuicios ideológicos, o moriremos todos.

*Juan Chaneton, abogado, escritor, colaborador de Tesis 11.

*jchaneton022@gmail.com

Fuente: portal “el comunista”

Los artículos son responsabilidad de sus autores y no comprometen la opinión de Tesis 11

Una respuesta a “Si el antineoliberalismo no es anticapitalismo, siempre ganará Bolsonaro”

  1. Gerardo Codina dice:

    Muy buen análisis. La hegemonía cultural neoliberal es el escollo mayor de los procesos populares aquí y en todo el mundo. Y no alcanza con esperar que se incremente el sufrimiento de las mayorías debido a la brusca concentración de la riqueza que proponen, porque si ese proceso es entendido como “natural”, sólo habrá espacio para la resignación.

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