JULIO GODIO*
Socialismo y mercado
En un texto inédito, titulado El Futuro de una Ilusión, el sociólogo argentino Julio Godio reflexiona sobre las interrelaciones entre los paradigmas marxistas y los procesos histórico-concretos por los que atravesó la construcción del socialismo en la ex URSS y China. Publicamos el tercer capítulo de ese libro próximo a aparecer, titulado «Gris es toda teoría y verde es el árbol de la vida. La cuestión del mercado.»
Hemos analizado sucintamente las diferentes tendencias que se perfilaron tempranamente dentro del marxismo, produciendo la ruptura y disgregación de la teoría. Este hecho era inevitable, dado que el devenir histórico concreto de una doctrina siempre incluye disgregaciones, ante todo porque las realidades sociopolíticas a las que debe dar respuesta son diversas, y esta diversidad, traducida en la práctica política, genera inevitablemente tendencias. En la medida en que más se desarrollaban las acciones socialistas,
más serían necesarias las teorías particulares que dotasen a los partidos y sindicatos capacidades particulares para operar sobre una variedad creciente de realidades sociopolíticas nacionales y regionales.
Pero a mi entender, hubo una cuestión mal resuelta en El Capital que facilitó que la inevitable disgregación de la teoría se convirtiese en ruptura profunda en el plano teórico entre reformistas y revolucionarios.
Esta cuestión fue la tesis de Marx sobre la mercancía.1 En efecto, Marx comienza su obra analizando el doble carácter de la mercancía como valor de uso y valor de cambio. Ve a la mercancía como la célula madre de todo el sistema capitalista. A partir de conceptualizar a la mercancía, Marx cuenta con la premisa para analizar todas las formas de existencia del capital (capital industrial, financiero, bancario, etc.).
Todas estas formas existen como resultado de diferentes metamorfosis sectoriales del capital, que son posibles por una metamorfosis básica, que consiste en que el trabajo asalariado, en las condiciones de la producción capitalista es una mercancía que se convierte en «capital cristalizado». Marx, que era un hombre genial pero al fin de cuentas un hombre de su tiempo, creyó que la superación del capitalismo sólo sería posible por la organización de una nueva sociedad de productores libremente asociados, fórmula afín al socialismo utópico de su época.
Pero, lo original es que toda la teoría marxista termina dominada por la idea de que sólo aboliendo a la mercancía como «célula básica», sustituyéndola por el intercambio directo entre bienes, se podría llegar a construir una sociedad sin explotados ni explotadores, suprimiendo con la socialización de los medios de producción a la plusvalía (trabajo no pagado por el capital).
La hipótesis de Marx —y por lo tanto, de sus discípulos y seguidores— proponía la abolición de la mercancía para sistemas económicos altamente industrializados, lo que permitiría superar la anarquía de la producción capitalista por medio de la supresión de la propiedad privada y la planificación.
La teoría marxista terminaba por subvalorar la importancia histórica de una categoría que era preexistente
al capitalismo: el mercado. Marx había escrito una y otra vez que el mercado preexistía al capitalismo, y que sólo la preponderancia de éste nuevo modo de producción había permitido que el mercado se convirtiese en el ámbito por excelencia para movilizar todas las energías del capital. El mercado era considerado en los Grundrisse como la institución que prefiguraba el advenimiento del capital. Pero al mismo tiempo era también la institución que prefiguraba la división social del trabajo capitalista y la aparición de «sociedades de consumidores» (que incluían también a los trabajadores asalariados, en tanto formalmente libres).
La lógica del Capital no suponía inevitablemente la desaparición de los mercados, aunque una revolución socialista en uno o varios países capitalistas desarrollados pudiese priorizar, en su fase de implantación,
mecanismos de capitalismo de Estado que permitan una distribución no-mercantil más justa de bienes e ingresos. Pero el mercado era una institución civilizatoria que debería ser protegida, aunque a sabiendas de que para ello se debería asegurar el funcionamiento de la «ley del valor».
¿Cómo pudo ser posible que una teoría tan gigantesca como era el marxismo condujese a una simplificación también gigantesca como lo fue sugerir la abolición de la mercancía? Es indudable que en este tema el hegelianismo subyacente en Marx le jugó una mala pasada. Hegel también tenía su lado escatológico: había concluido su fenomenal estudio sobre la filosofía de la historia universal, descendiendo abruptamente de la universalidad abstracta del devenir histórico a la ramplona conclusión ultra nacionalista de que la historia universal cerraba su devenir con la construcción del Estado alemán.
El fin del capitalismo era para Marx al mismo tiempo la instalación de una utopía no mercantil socialista.
Es curioso, pero este mismo fenómeno ideológico se produjo también en la teoría de Lenin, en su obra El Estado y la revolución, cuya primera parte es una síntesis «jacobina» de las ideas político-revolucionarias
de Maquiavelo y Robespierre, y la segunda parte, dedicada a la propuesta socialista para Rusia, es la implantación de una genérica y difusa sociedad anarco-comunista.
La abolición por decreto de la ley de valor tenía consecuencias negativas sobre otras áreas de la teoría marxista, en especial sobre la teoría política. En efecto, si el socialismo era una sociedad de productores
libres que incluía la abolición de la política, entonces la política anterior al socialismo había sido solo una especie de gran intermezzo histórico entre el comunismo primitivo y el comunismo desarrollado.
No había mucho lugar para recuperar la historia autónoma de la política como construcción sucesiva de gobernanzas, especialmente para los dos siglos que preceden a la revolución industrial y que adoptan
la modalidad genérica del liberalismo político constitucionalista.
El Estado era para el marxismoleninismo la historia de la dictadura política del capital bajo formas autoritarias o liberales. De allí la formulación esquemática de la «dictadura del proletariado» como herramienta para construir una sociedad de productores libres. La dictadura —que podía ajustarse a realidades políticas temporales en procesos revolucionarios burgueses como el período de Cromwell en Inglaterra o el jacobinismo francés— ahora adoptaba erróneamente el carácter de sistema político fundacional del socialismo.
Era cierto que la historia de la humanidad era la historia de la lucha de clases, que las guerras eran motores de la historia y que las revoluciones eran siempre actos autoritarios.
Pero esto era sólo «parcialmente» cierto, porque luego de épocas de luchas de clases violentas surgían sistemas políticos estables que representaban a nuevos bloques de clases emergentes, porque luego de guerras las sociedad solían arrepentirse de las carnicerías y la destrucción, y porque las revoluciones eran, además de autoritarias, fundantes de nuevas épocas históricas cuando incorporaban a los nuevos sistemas económicos, las instituciones que habían representado más acaba damente el nacimiento de formas « más» civilizadas de gestión de la política, esto es, la democracia política.
No fue por eso extraño que un teórico marxista influenciado por el historicismo italiano – Antonio Gramsci- acuñase la categoría de «hegemonía» para sustituir el exabrupto de la categoría «dictadura del proletariado» (que nos dice que Marx era también tributario de la cultura militarista alemana).
La paradoja del reformismo consistió en que al negarse a aceptar el reduccionismo utópico de Marx, pudo convertirse en una fuerza política finalmente aceptada por el liberalismo político europeo.
Pero sólo a costa de reducir sus fronteras sociopolíticas a lograr reformas parciales del capitalismo.
En escala no menor fue la tragedia del marxismo-leninismo que pudo elaborar una teoría funcional para producir transformaciones en países en que sólo podían ser establecidas bajo formas político institucionales dictatoriales: dictadura obrero-campesina o dictaduras del proletariado rodeada de campesinos precapitalistas (Rusia), pero haciendo pagar al marxismo el precio de la marginación cultural dentro del escenario de lucha por construir democracias económicas, políticas y sociales. Este tipo de democratización
reformista sería el escenario de lo políticamente viable en Europa occidental, y por extensión «forzada» también a EE.UU, el único país capitalista en el que nunca prosperó – a diferencia de Europa – una cultura de odio al burgués. Ahora bien, y recuperando a nuestro criticado pero excepcional Hegel, recordemos que éste otorgaba mucha importancia a la idea de que la historia se realizaba como «astucia».
Siguiendo en este punto a Hegel, es posible detectar que aquellas ideas que pueden servir como «mitos movilizadores» durante una etapa revolucionaria, se pueden volver abruptamente ideas falsas en otro escenario. Entonces deben ser abandonadas rápidamente y sustituídas por otras para dar respuestas correctas a las nuevas demandas sociopolíticas. Una de las consecuencias de la crisis del marxismo es no haber prestado atención a esa tenacidad de lo histórico para rechazar soluciones mal resueltas. Es el trabajo real de la «astucia de la razón» lo que terminó utilizando al marxismo para resguardar al espacio geopolítico
ruso. Luego, el propio «marxismo ruso», agotado históricamente, se autodestruyó pacíficamente.
Los mitos movilizadores igualitaristas y mesiánicos del populismo ruso permitieron a Lenin y Trotsky liderar la Revolución de Octubre. Pero esos mitos no podrían ocultar la cruda verdad de que, producida la revolución socialista en Rusia y luego de finalizada la guerra civil, la institución «mercado» haría su reentrée dentro del escenario político de la flamante dictadura del proletariado.
Cómo compatibilizar esa institución del mercado con el socialismo llevaría a Lenin a intentar producir un «giro copernicano» dentro de la ortodoxia marxista. Ese fue el sentido que tuvo para él intentar aplicar en Rusia en 1921 la Nueva Política Económica (NEP). La metamorfosis llegaría a producirse recién con el estalinismo, que cerrará la posibilidad histórica de compatibilizar el socialismo con los mercados.
*Julio Godio: Sociólogo, escritor.
Notas
1 Diane Elson, «Para la socialización del mercado»,
en Nuevos modelos del socialismo, J. Bidet y J.
Texier (comps.), Buenos Aires, Actuel Marx y Kohen
Asociados, 1994.